Hacia los 100 años de la canonización de san Juan Eudes


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El 31 de mayo de 1925 fue canonizado el sacerdote francés Juan Eudes, junto con el cura de Ars. Había fallecido el 19 de agosto de 1680, a los 79 años y su fama de santidad no se interrumpió jamás.



León XIII dijo de él: “Cuando se trata de Juan Eudes se trata de un prestantísimo varón, que por la santidad de su vida se constituyó no solo en el preclaro ejemplo, sino que hizo perennes servicios a la humanidad entera por su ilustre celo en la salvación de las almas” (enero 6, 1903).

Un cronista anónimo nos describe el ambiente en la Basílica de San Pedro ese 31 de mayo que, además, coincidía con la Solemnidad de Pentecostés: “En el balcón central de la basílica, que domina la plaza de San Pedro, flota la gloria de los dos nuevos santos, pintados por el profesor Giuseppe Gonella.

Con el Cura de Ars

A la izquierda del cuadro, el buen cura de Ars, de roquete blanco y de estola, con su figura demacrada por la austeridad y emanando santidad; a la derecha el P. Eudes, cubierto con su manto negro, llevando un corazón en la mano; los dos de rodillas y en éxtasis, y llevados al cielo sobre alas de ángeles”.

Los milagros que condujeron a Juan Eudes a los altares fueron: la curación de Juana Londoño, hermana de la Presentación de Tours, y de Buenaventura Romero, empleado del Seminario San Pedro, Diócesis de Antioquia (Colombia).

San Juan Eudes

Al iniciar un año preparatorio para celebrar el centenario de la canonización de san Juan Eudes, nos viene a la mente uno de sus llamados fundamentales a la santidad, que siglos más tarde recordará el Concilio Vaticano II con la universal vocación a la santidad.

San Juan Eudes había hecho resonar la importancia de vivir de acuerdo con nuestra identidad cristiana: “todo bautizado está en la obligación de ser santo”, realidad que no era solo aplicable para los obispos, sacerdotes o religiosos alejados del mundo: sino para todos, todos, todos, los bautizados. Es significativo que la imagen de san Juan Eudes esté en la nave central de la Basílica de San Pedro: ¿nos estará recordando este aspecto de la santidad?

Los cristianos necesitamos profundizar más en esta implicación: nuestro llamado a la santidad, es decir, cuya existencia que nos impulsa a reproducir la vida de Jesús en nosotros. Lamentablemente hemos hecho de la santidad una realidad externa a nosotros y, en cierta manera, una meta futura e inalcanzable. El ejemplo de este santo sacerdote, formador de sacerdotes y evangelizador, y nos inspire a vivir la santidad en nuestra vida cotidiana, como cristianos renovados.


Por P. Hermes Flórez Pérez, cjm. Eudista del Minuto de Dios