Hace unas semanas que fui con unas amigas al cine para ver la nueva versión de ‘El Rey León’. Aunque no iba muy convencida, porque yo soy más de otro tipo de películas, admito que las alabanzas de la crítica están bien merecidas. Al terminar la sesión una de mis amigas comentó que, aunque había visto la película de dibujos y el musical, en esta ocasión había entendido de otro modo la reacción de Pumba, el jabalí amigo del protagonista. A pesar de que se había plantado en la existencia cantando eso de “vive y sé feliz”, descubre quién es en realidad y cuál es su verdadera naturaleza solo cuando embiste contra las hienas.
Y quizá lo que le pasa a este personaje no está tan lejos de lo que nos puede suceder a nosotros. Detrás de cierta postura ante los problemas de la vida, tras ese “hakuna matata” tan positivo, pues permite relativizar muchas de las cuestiones que nos preocupan, puede estar latente el miedo a enfrentarse abiertamente al conflicto. Bajo el disfraz de una paz mal entendida, más parecida a la que reina en los cementerios que al Shalom bíblico, se esconde demasiadas veces este pavor al enfrentamiento y a abordar la inevitable problemática de la existencia y de las relaciones humanas.
Puede parecer mucho más cómodo e incluso más evangélico huir de los conflictos, pero estos permanecen latentes, minándonos por dentro sin que ni siquiera nos demos cuenta. La paradoja es que, cuando miramos a los problemas de frente y nos lanzamos a enfrentarlos, también se nos devuelve la posibilidad de descubrir quiénes somos en realidad, qué nos duele, qué nos importa y qué estamos dispuestos a perder en favor de restablecer las relaciones rotas. Quizá eso de “vivir y ser feliz” de la canción de Simba y sus amigos no pasa tanto por obviar las dificultades como por plantarnos con valentía ante la vida y adquirir la talla que realmente tenemos.