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Una de ellas es, sin duda, aquella que me ronda durante varias semanas de enero: ¿Hasta cuándo hay que felicitar el año nuevo? Una servidora no tiene muy claro si los buenos deseos para los próximos meses se tienen que prolongar durante todo enero o es suficiente expresarlos durante la primera quincena.
Está claro que se trata de una cuestión bastante prosaica y que no parece aportarnos demasiado, pero que, en realidad, podría convertirse en una invitación a reflexionar sobre cómo nos situamos ante lo nuevo. Ese insistir en felicitar el año, por más que llevemos ya varias semanas en él, me recuerda a cómo muchas personas se resisten a quitar esos plastiquitos de protección que tienen los móviles o las pantallas de los ordenadores cuando los compramos.
Los mantienen el máximo tiempo posible, como si, de ese modo, retrasaran al máximo que se magulle aquello que acabamos de estrenar. De algún modo, y aunque hayamos convertido en una frase hecha que decimos más por educación que por otro motivo, al continuar felicitándonos el año sería como mantener ese precinto que parece preservarlo de los arañazos y golpes del día a día.