Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

¿Hasta cuándo hay que felicitar el año nuevo?


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La vida está llena de enigmas, de esos que nadie es capaz de resolver con total certeza y claridad. Dilemas existenciales cuya respuesta no es clara ni válida para todo el mundo. No me refiero a esas grandes preguntas del tipo “qué sentido tiene el sufrimiento”, “por qué existe el mal” o “qué sucede tras la muerte”. Me refiero, más bien, a esas inquietudes cotidianas a las que no solemos prestar atención, que, de vez en cuando, me asaltan y que, como son un poco tontas, no suelo comentar en voz alta.


Una de ellas es, sin duda, aquella que me ronda durante varias semanas de enero: ¿Hasta cuándo hay que felicitar el año nuevo? Una servidora no tiene muy claro si los buenos deseos para los próximos meses se tienen que prolongar durante todo enero o es suficiente expresarlos durante la primera quincena.

Está claro que se trata de una cuestión bastante prosaica y que no parece aportarnos demasiado, pero que, en realidad, podría convertirse en una invitación a reflexionar sobre cómo nos situamos ante lo nuevo. Ese insistir en felicitar el año, por más que llevemos ya varias semanas en él, me recuerda a cómo muchas personas se resisten a quitar esos plastiquitos de protección que tienen los móviles o las pantallas de los ordenadores cuando los compramos.

Los mantienen el máximo tiempo posible, como si, de ese modo, retrasaran al máximo que se magulle aquello que acabamos de estrenar. De algún modo, y aunque hayamos convertido en una frase hecha que decimos más por educación que por otro motivo, al continuar felicitándonos el año sería como mantener ese precinto que parece preservarlo de los arañazos y golpes del día a día.

Móvil con pantalla mostrando geolocalizaciones

Lo nuevo tiene algo de impoluto e íntegro, pero la vida, si de verdad optamos por implicarnos en ella, no puede permanecer demasiado tiempo así de inmaculada. Quizá, inconscientemente, esto de recordarnos durante varias semanas que estrenamos un nuevo año busque protegernos de experimentar que quizá este no sea tan distinto a aquel que hemos terminado no hace tanto y también acabará rayado, manchado y quizá aboyado por algún lado.

Discreta novedad

Ya lo decía el sabio Qohélet: “no hay nada nuevo bajo el sol” (Ecl 1,9). No se trata de que todo sea exactamente igual, sino porque la novedad que vale la pena suele ser mucho más discreta y tiende a camuflarse en lo cotidiano. Y es que, quizá, la novedad tiene que ver más con nuestra mirada y con el modo de encajar cuanto nos acontece que con conservarlo impecable y como recién salido de fábrica.