La discoteca
Cuenta siempre el jesuita James Martin, famoso por su acompañamiento de los homosexuales en la Iglesia que su compromiso al respecto tiene un hito que le lanzó a reforzar su empeño. “Para mí eso fue revelador. El hecho de que apenas unos cuantos obispos católicos hubieran reconocido a las personas LGBT o usado la palabra ‘gay’ en semejante momento, mostró que estas personas aún son invisibles en muchos rincones de la Iglesia. Incluso en una tragedia como esta”, señala.
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El hecho del que habla ocurrió el 12 de junio de 2016. Un tiroteo en la discoteca Pulse de Orlando (Florido) en la que murieron 50 personas y 53 resultados heridas. El terrorista del Estado Islámico Omar Mir Seddique Mateen, abatido después por la policía, juró lealtad al grupo antes de la masacre y el propio Isis se vanaglorió asumiendo la autoría. Solo dos atentados han dejado más muertes en Estados Unidos: el 11-S y un atentado en Las Vegas que dejó 59 muertos. ¿La razón? Odio a los homosexuales, por ello el objetivo era una discoteca de ambiente gay. Era el segundo tiroteo que se produjo en la discoteca, inaugurada en 2004.
Ante la ola de condena mundial del hecho y las condolencias de todos los sectores sociales a la masacre; indiferencia en la Iglesia… Por ello, Martin escribió su ya famoso libro ‘Construyendo un puente: como la Iglesia católica y las personas LGBT pueden establecer una relación de respeto, compasión y sensibilidad’. Con motivo del orgullo 2020, el sacerdote ha reunido una serie de vídeos en los que “los líderes católicos hablan con la comunidad LGBTQ”. Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, teólogos, autores, padres y estudiantes ofrecen apoyo a los LGBTQ católicos.
Here it is, for #Pride : “Catholic Leaders Speak with the LGBTQ Community.” I’m happy to share the full-length video, with bishops, priests, women and men in religious orders, theologians, authors, parents and students offering support for #LGBTQ Catholics https://t.co/uq6LIGaL3i
— James Martin, SJ (@JamesMartinSJ) June 27, 2020
El pub
Otra discoteca representa el hito histórico de las reivindicaciones clásicas del colectivo LGBT, cuando en la madrugada del 28 de junio de 1969 se produjeron los disturbios de Stonewall. El nombre de un pub del barrio neoyorquino de Greenwich Village en el que quienes lo frecuentaban se enfrentaron a la policía que hizo una redada aquella noche. Propiedad de una familia de la mafia, había sido el lugar de referencia para transexuales y transgénero una vez que se llevaron a cabo unas reformas en 1966. La policía cada semana acudía a recibir un soborno de para hacer la vista gorda ya que no había licencia de venta ni agua corriente con la que lavar los vasos, amén de otras condiciones de seguridad contra incendios. Condiciones desagradables pero que atraían al público homosexual porque era el único bar del estilo en el que se podía bailar en toda la ciudad. Esto le convirtió en el garito más popular…
Habitualmente sufrían una redada mensual. Se requisaba la bebida que estuviera a la vista –se solía almacenar el vehículos cercanos–, se ponía a los clientes en fila, se les exigía la documentación, se detenía a los que no llevaran un mínimo de 3 prendas correspondientes a su sexo… En la redada del 28 de junio, 6 policías entraron a las 1:20 h. de la madrugada, cuando había unos 200 clientes en el pub y las cosas no fueron como se esperaba. Las protestas fueron más allá de los detenidos en el bar con gritos, canciones, empujones y huidas…
A las respuestas violentas de la policía, la muchedumbre respondió con más violencia generando una mayor tensión. Los indigentes de un parque cercano –a los que los clientes del Stonewall Inn invitaban de vez en cuando a tomar algo– empezaron a defender a los detenidos. Volaron contenedores, botellas, parquímetros, piedra y ladrillos aquella noche. Las manifestaciones de aquella noche se perpetuaron a los días siguientes y de la fachada del pub pasaron a las calles aledañas. “Estaba claro que las cosas estaban cambiando. Las personas que se habían sentido oprimidas ahora se sentían revitalizadas”, escribió una de las participantes.
El desfile
Las celebraciones del orgullo se han quedado con la parte más festiva de las reivindicaciones. Unos reclamos que, en muchos casos, aún tienen que soltar lastre ideológico para centrarse en lo esencial y profundizar en determinadas capas sociales que miran al colectivo con más indiferencia que incomprensión y que no tienen porqué contarse necesariamente entre los enemigos a combatir.
Este año de pandemia y de extrañas normalidades no hay desfiles y las carrozas se guardan en casa. Como tampoco ha habido procesiones patronales o custodias por las calles, porque el virus no distingue de causas o manifestaciones. Una visibilidad que deberá buscar la parte más interna como la fe cofrade se ha vivido esta Semana Santa lejos de la expresión más externa e, incluso, superficial.
En estos días, en su reflexiones de Pastoral SJ, escribía José María Rodríguez Olaizola que “un día no será necesario el Orgullo Gay ni ningún otro orgullo. El día que todo el mundo reconozca la dignidad de las personas, de cada persona, sin que la orientación sexual sea algo que la menoscabe o la ponga en cuestión para algunas mentalidades. El día en que el salir del armario de alguien no sea noticia, por ser pura normalidad”. Una causa que es puro evangelio. El mismo en el que se dice “Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de Dios” (Mt 21,31).
Prosigue Olaizola, “el día en que, también como Iglesia, hayamos avanzado hacia una mayor y mejor integración, acogida y aceptación de la realidad de las personas homosexuales, de su necesidad y su derecho de amar, y superemos las dosis de incomprensión que aún hay en algunas personas de Iglesia hacia la realidad de las personas LGTBQ”, algo que “aún no ha llegado”.
Y, lo peor, esto viene de lejos. He leído en varias ocasiones la biografía que Michael Ford escribió del famoso autor de espiritualidad ‘Henri Nouwen. El profeta herido’ (Sal Terrae, 2000). Vale la pena recordar su experiencia. Como sacerdote, con sus contradicciones –pero con su empuje de vida interior– vivió su homosexualidad con el corazón desgarrado por mucho que fuera fiel a la doctrina del Catecismo de la Iglesia. La heridas de este ‘profeta’ y místico contemporáneo tienen mucho que ver con la intolerancia que tantas veces ha dominado en este campo.
Aunque sería injusto decir que, en esta Iglesia “en salida” del papa Francisco no hemos avanzado nada. PPC nos acaba de regalar “diez historia de fe y amor LGBTI” en el libro ‘Caminos de reconciliación’ (2020). O hace unas semanas, María Luisa Berzosa compartía experiencia y esperanza en el último número de la revista ‘Misión Joven’ dedicado a las “encrucijadas afectivas” de los jóvenes con su artículo sobre cómo “acoger, escuchar y acompañar a personas LGBTI” (núm. 521, junio 2020). Seguimos caminando, aunque nuestra carroza sea discreta y no tan colorida. Vale la pena pensar en aquellos que solo querían un espacio en el que bailar… ¿lo encontrarán mañana en nuestras comunidades?