¿Hay que buscar a Dios?


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La primera lectura litúrgica del segundo domingo de Cuaresma hablaba de la alianza establecida entre Dios y Abrahán (o Abrán, porque aún no se le ha cambiado el nombre), recogida en el capítulo 15 del libro del Génesis. En este relato se habla de un rito un tanto enigmático en el que Dios ordena al patriarca: “‘Tráeme una novilla de tres años, una cabra de tres años, un carnero de tres años, una tórtola y un pichón’. Él los trajo y los cortó por el medio, colocando cada mitad frente a la otra, pero no descuartizó las aves. Los buitres bajaban a los cadáveres y Abrán los espantaba. Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él […] El sol se puso y vino la oscuridad; una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados. Aquel día el Señor concertó alianza con Abrán” (15,9-12.17-18).



El significado de la escena lo encontramos en el libro de Jeremías. Esto es lo que leemos en él: “A los que rompieron mi alianza y no mantuvieron el acuerdo sellado ante mí los trataré como al novillo que partieron por la mitad para pasar entre los dos trozos. A la gente principal de Judá y de Jerusalén, a los eunucos, sacerdotes y a toda la gente que pasó entre las dos mitades del novillo voy a entregarlos en poder de sus enemigos y de quienes buscan su muerte. Sus cadáveres servirán de pasto a las aves y a las bestias” (34,18-20).

Testigos del pacto

El oráculo de Jeremías deja claro que los animales partidos vienen a ser una especie de testigos del pacto: los que lo establecen pasan entre las mitades del animal sacrificado haciendo ver que ese será su destino si violan la alianza.

Fuego_A_Coruna

Resulta muy interesante ver cómo en el texto de Gn 15 solo Dios –bajo la forma del fuego: “Una humareda de horno y una antorcha ardiendo pasaban entre los miembros descuartizados” (v. 17)– es el que pasa por entre las mitades de los animales, ya que “un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él” (v. 12). El patriarca se encuentra en una situación parecida a la de Adán antes de la formación de Eva de una costilla suya: “Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió” (Gn 2,21). Es decir, que el pacto con Abrahán es en realidad una acción unilateral del Señor, ya que solo él se compromete, dejando al patriarca sumido en un profundo sueño (la mención del “terror intenso y oscuro” probablemente indica que se está en presencia de lo numinoso, tremendo y fascinante).

El creyente acaba descubriendo que, en último término, Dios es el único garante de su alianza, y que si le busca es porque antes ha sido encontrado por él.