Hace unos días, en la Convención Nacional Republicana celebrada en Milwaukee (Wisconsin), el candidato republicano y expresidente Donald Trump dijo en su intervención: “Estoy aquí solo por la gracia de Dios”. Entre los medios de izquierda se resaltó el “mesianismo” de Trump, pero, entre la clientela de derecha –como se vio por televisión en los rostros de muchos de los asistentes a aquel acto–, esas palabras de Trump son el puro reconocimiento de la realidad. El asunto, pues, es cuestión de percepción y perspectiva.
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Existen personas que dan gracias a Dios casi por cualquier cosa. ¿Significa eso que consideran que Dios está tras todos los sucesos que ocurren en la vida del ser humano? En realidad, lo que expresa esa convicción es que no hay nada en la vida humana que sea ajena a Dios. Un ejemplo claro y enormemente llamativo de esto lo encontramos en el libro del Éxodo: “El Señor dijo a Moisés: ‘[…] Tú dirás todo lo que yo te mande y Aarón dirá al faraón que deje salir a los hijos de Israel de su tierra. Yo endureceré el corazón del faraón y multiplicaré mis signos y prodigios contra la tierra de Egipto. El faraón no os hará caso, pero yo extenderé mi mano contra Egipto y sacaré de la tierra de Egipto con grandes castigos a mis escuadrones, a mi pueblo, los hijos de Israel’” (Ex 7,1-4).
¿No habría sido más fácil que el Señor no endureciera el corazón del faraón para que así Israel pudiera haber salido de Egipto sin dificultad? Quizá habría sido más fácil, sí, pero de ese modo –conforme a la mentalidad antigua– existiría al menos una parcela humana que estaría fuera del señorío de Dios: el corazón del faraón. En efecto, de eso es de lo que se trata: de hacer ver que todo, en último término, depende de Dios y de su voluntad, paradójicamente ¡hasta lo malo!
Depende de Él
Para el creyente, todo depende de Dios. Por eso, y aunque a muchos les pueda resultar una excentricidad, podrá dar gracias a Dios incluso por las cosas malas que le ocurren en la vida. Porque, en realidad, no se están dando gracias por los males que tienen lugar, sino por el Dios que está detrás de todo lo que sucede, aun de lo malo, convencido, además, de que el Señor sabrá sacar el bien del mal, como dice el refrán popular: “No hay mal que por bien no venga”.