José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

¡Hay que llorarles!


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Me quedé con ganas, en la impactante memoria anual que la Comunidad de Sant’Egidio hace todos los años bajo el encabezamiento de ‘Morir de esperanza’, de que a la petición clásica en la oración de los fieles ‘te rogamos, óyenos’, le sustituyera el grito ‘hay que llorarles’. Lo había repetido varias veces el obispo auxiliar de Madrid, Vicente Martín, en su homilía.



La petición primera pedía recordar “a los 6.663 migrantes y refugiados que desde septiembre de 2023 hasta hoy han perdido la vida en el Mediterráneo, en el Atlántico y a través de las rutas terrestres intentando llegar a Europa en busca de un futuro mejor, y a todos los que han muerto en las distintas rutas migratorias del mundo. Recordemos -se añadía- también a los desaparecidos, cuyo número y nombres no sabremos nunca”.

Así empezaba una impresionante y larga “letanía” de los santos “de la puerta de al lado”.

Sería imposible en el marco de este artículo citar y nombrar a todos. Aunque la intención de esa celebración es precisamente esa: nombrarlos acompañados de la pequeña luz de una vela encendida. Dejar que suenen y resuenen sus nombres -hasta que quemen- como aldabonazos en la conciencia para quienes sus vidas no son, al menos, ni números sin rostro, ni flechas que los arqueros de la política y de muchos populistas de base se lanzan unos a otros.

Un migrante rescatado en El Hierro

Un migrante rescatado en El Hierro

A esa primera plegaria por los 6.663 hermanos, se unió el recuerdo por los 1.407 muertos y los innumerables desaparecidos en la trágica ‘Ruta canaria’ en el último año. Aquí sí dejo por escrito algunos de los muchos nombres, por si algún lector los quiere recitar en voz alta. Entre ellos a Abdou Aziz Fall, Samba BaEl Hadji Diop, Aliou Diop,  Papa Diakité, Djibi Mawbé , Sekou Kane, Ibrahima Dila, senegaleses, y a Yusuf Ouattara, de Costa de Marfil. Y las 30 personas cuyos cadáveres fueron encontrados en alto estado de descomposición en las costas de Senegal este 22 de septiembre.

Recordamos a Masa, Fardan, Samir y a los 54 migrantes afganos, sirios e iraníes que perdieron la vida a lo largo de la ruta balcánica. Junto a ellos recordamos al refugiado que formaba parte de un grupo de 10 personas que fueron descubiertos al aire libre en el frío de las afueras de Sofía, en Bulgaria, el 28 de noviembre de 2023. Aquel que fue encontrado muerto después de haber estado expuesto a temperaturas bajo cero.

Y a los 63 muertos y desaparecidos en el trágico naufragio del 29 de septiembre, cerquita nuestra, en la isla canaria de El Hierro. Entre ellos había varios adolescentes y cuatro niños de siete a once años. La de este día reciente es la mayor tragedia migratoria ocurrida en Canarias en los últimos 30 años.

Cayucos en la isla de El Hierro

Cayucos en la isla de El Hierro

Fue precisamente ese último naufragio el que le hizo pronunciar al papa Francisco su plegaria por ellos y la invitación al llanto, al grito humano que, lleno de impotencia, sustituye a las palabras. Dijo: “Pensamos en ellos y es para llorar, es para llorar…”.

No caben todos los nombres, pero esos y otros muchos estaban llamando a la puerta preguntándonos, como recordaba en Lampedusa el Papa justamente hace diez años (¡10 años, Dios mío!): “¿Donde está tu hermano?”. El mismo Papa de la bondad nos invitaba a pedir al Señor “la gracia de llorar sobre nuestra indiferencia, sobre la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como este. ¿Quién ha llorado? ¿Quién ha llorado hoy en el mundo?”.

¿Quién podrá responder esas preguntas? Lloremos por lo menos. Porque donde ya no llegan las palabras… siempre llegarán las lágrimas. Dicen que la luna cuando perdió su gran amor el sol  “tejió con sus innumerables lágrimas estrelladas un manto que le arrancara el frío que vino a habitarle el alma, pero ese frío era tan insondable como el tiempo, y nunca desapareció más aun, se convirtió en compañero eterno de su andar”.

Lloremos por lo menos

Y celebremos que el Padre acoja (cuando muchas veces son despreciados por sus hijos) a  los más de 75.000 seres humanos que desde 1990 hasta hoy han encontrado la muerte tratando de llegar a Europa. Junto a los que han muerto en otros lugares del mundo, recordemos a todos aquellos cuyos nombres e historias están en el corazón de Dios, aunque sean desconocidos por los hombres. Que así terminaba la plegaria de Sant’Egidio.

Hay que llorarles aunque no sepamos, ni podamos pronunciar sus nombres.

Hay que llorar más para soltar el caparazón que nos endurece y extender las alas.