¿Hay que oponerse a leyes consideradas injustas?


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El pasado mes de junio, el Parlamento Europeo aprobó un informe (378 votos afirmativos, 255 negativos y 42 abstenciones) en el que se pedía a todos los Estados miembros garantizar “el acceso universal a una práctica segura y legal del aborto”, haciendo que sea “legal en la fase precoz del embarazo y en una fase más avanzada si peligra la vida o la salud de la persona embarazada [sic]”. Incluso se llegaba a integrar el aborto entre los derechos humanos, ya que negarse a ello constituiría “una violación de los derechos humanos y una forma de violencia de género”.



El hecho de que una práctica sea legal, ¿la hace éticamente aceptable? ¿Hay que oponerse a normas que, aunque aprobadas democráticamente, se considere que violan principios morales básicos? Últimamente han visto la luz bastantes obras que subrayan el carácter contracultural del cristianismo de los orígenes. En una de ellas, ‘Destructor de los dioses. El cristianismo en el mundo antiguo’ (Salamanca, Sígueme, 2017), escrita por Larry W. Hurtado, se destacan algunas prácticas cristianas que hacían de él un movimiento hasta cierto punto extraño en el Imperio romano, ya que no se ajustaba a sus cánones culturales y sociales. Así, aparte de negarse a asistir a luchas de gladiadores y otros espectáculos sangrientos –como la ejecución de criminales y esclavos fugados–, Hurtado habla de dos cuestiones presentes en aquella sociedad: el abandono infantil y la pederastia.

Prácticas asumidas como “normal”

En efecto, una práctica aceptada y asumida como “normal” en el Imperio romano era abandonar a recién nacidos en un vertedero u otro lugar abandonado. En el mejor de los casos, si el bebé no moría, podía ser rescatado por alguien, que lo criaría como un esclavo. Se ha conservado la carta de un tal Hilarión en que le dice a su esposa, que le ha dicho que está embarazada: “Si es niño, que viva; si es niña, tírala”.

Una mujer protesta en Buenos Aires contra la despenalización del aborto/EFE

Una mujer protesta en Buenos Aires contra la despenalización del aborto/EFE

Otra práctica admitida socialmente y rechazada por los cristianos de los orígenes es la pederastia, es decir, el abuso sexual de menores y adolescentes. De hecho, fueron precisamente los cristianos los que se negaron a utilizar el término “pederasta” (amante de los niños), que tenía un cierto marchamo de normalidad, e introdujeron otros, como ‘paidophtoros’ (destructor, corruptor o seductor de los niños), para que quedara meridianamente claro su rechazo a semejante práctica.

Es claro que los cristianos, desde sus orígenes, se opusieron a prácticas o costumbres admitidas o incluso bien vistas por la sociedad de su tiempo. Nosotros deberíamos hacer lo mismo.