El lunes 1 de diciembre, el papa Francisco firmó la carta apostólica ‘Admirabile signum’, sobre el significado y el valor del belén. El lugar de la firma del documento no es baladí, porque fue precisamente en Greccio, en 1223, donde, según la tradición, Francisco de Asís “inventó” el belén. “Deseo celebrar –dijo el ‘Poverello’– la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno” (Tomás de Celano, ‘Vida Primera’, n. 84: ‘Fuentes Franciscanas’, n. 468, citado en ‘Admirabile signum’ 2).
Dice el Papa que, con esta carta, desea alentar la hermosa tradición del belén en las familias, de modo que pueda convertirse en un ejercicio de evangelización y de contemplación de la ternura de Dios.
En este sencillo, profundo y hermoso documento, además de breve, Francisco pasa revista a los elementos que suelen componer el belén: desde los paisajes hasta el “misterio –María, José y el Niño–, pasando, naturalmente, por los pastores, los reyes magos y esos otros ‘figurantes’ que, sin relación directa con los textos evangélicos, llenan la imaginación de pequeños y grandes: panaderos, lavanderas, herreros, músicos… y hasta dinosaurios y personajes de ‘La guerra de las galaxias’ (esto último no lo dice el Papa, claro, pero no es difícil verlo en muchos belenes).
Pero, curiosamente, entre los personajes que se mencionan en la carta apostólica no se encuentran el buey y el asno (o la mula), que casi, casi, forman parte del ‘misterio’. Sin formar parte de los relatos canónicos, sí están presentes, como se sabe, en un texto apócrifo que, por lo que se ve, tuvo gran influjo en la Edad Media: están presentes en la imaginación de san Francisco.
El texto apócrifo en que aparecen es el ‘Evangelio del Pseudo-Mateo’ (de mediados del siglo VI), y dice así: “El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró en un establo, y deposité al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: ‘El buey conoce a su dueño, y el asno, el pesebre de su señor’ [Is 1,3]” (XIV,1). Es un texto apócrifo, pero estas líneas podrían haber sido canónicas perfectamente.