Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Hemos entendido la Inquisición española?


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La revista

A lo largo de 132 páginas, el último número de la revista monográfica de historia de National Geographic ofrece una amplia y accesible relectura de la Inquisición española. Lejos de los mitos exagerados construidos en torno a esta institución cuya sombra ha oscurecido tanto la historia de la Iglesia, diversos especialistas de universidades españoles presentan de forma bastante ecuánime –y sin ahorrar detalle– la evolución de este tribunal. La Inquisición –que, por cierto, ha dejado una interesantísima huella en la historia del arte– entre su nacimiento en 1478 y su abolición definitiva en 1834 ha evolucionado desde su origen en la persecución de los judaizantes a los herejes pasando por los protestantes a la decadencia final en tiempos de Fernando VII.



La revista se abre con una conclusión interesante tomada del libro ‘La Inquisición española’ del historiador clásico Henry Kamen cuando dice: “La Inquisición ayudó a institucionalizar los prejuicios y las actitudes que ya antes habían sido corrientes en la sociedad … La gente la aceptó porque sus castigos no iban dirigidos sino a los marginados de la sociedad: los herejes, los extranjeros, los disidentes. Fuera de los años críticos de mediados del siglo XVI, muy pocos intelectuales se sintieron amenazados; a partir de los primeros años del siglo XVIII muchos sintieron que la Inquisición se volvería inocua si quedaba sujeta al Estado. No fue hasta finales del siglo XVIII cuando la Inquisición se puso claramente en discordia con la Iglesia y con el Estado”.

Los procesos

Dejo para quien esté interesado el estudio de los diferentes periodos, objetivos y métodos que fueron adoptando los tribunales españoles fundados por los Reyes Católicos con el nombre de Tribunal del Santo Oficio siendo el primer auto de fe el organizado en 1481 por el famoso Torquemada. También se pueden descubrir las condiciones de los reclusos y las torturas –desde luego mejores que otro tipo de reos, lo que no justifica nada–.

Me ha parecido interesante la recopilación de algunos casos y procesos concretos. Así en Toledo en 1591 una familia que perdió a cinco de sus hijos acusó de brujería a su vecina Catalina Mateo. Se lee en el artículo dedicado a “Sentencias ejemplares” que “arrestada y torturada por la justicia episcopal, Catalina confesó que por las noches se reunía con el diablo y volaba hasta las casas vecinas, donde mataba a los niños quemando su espalda y rompiendo sus brazos”. Pero no queda ahí la historia, porque “trasladada al tribunal de la Inquisición de Toledo, declaró que había confesado por miedo a la tortura. Los inquisidores volvieron a torturarla y confesó de nuevo. Fue condenada a abjurar ‘de levi’ en un auto de fe, a recibir 200 azotes y a ser encarcelada por el período que la Inquisición juzgara oportuno”.

Se recogen también los casos de un campesino que no creía en el sacramento de la confesión ya que el cura era igual de pecador que él, que fue condenado a tener catequesis recluido en un monasterio; unos judaizantes financieros y una mujer alumbrada. Este “beata” era Catalina de Jesús y su caso es de Linares en 1627. Se cuenta en el artículo que “rechazaba los ritos religiosos ordinarios, como asistir a misa o adorar las imágenes de santos” porque se comunicaba directamente con Dios. “Teniendo a Dios dentro de sí no había más que mirarle allí”, proclamaba esta mística por la calle. En el tribunal de Sevilla145 testigos declararon que tan solo era una farsante y que varios clérigos en su casa hacían cosas no muy ejemplares. Tras abjurar públicamente “fue condenada a pasar seis años en un convento realizando ayunos y oraciones, bajo la supervisión de un confesor designado por el Santo Oficio”.

Capítulo aparte merecen las acusaciones de brujería fundamentalmente a todo tipo de mujeres. Si bien es cierto que en la inquisición española este capítulo se saldó con mucha más sensatez y equilibrio que otros tribunales más puritanos; hay episodios que han pasado al imaginario colectivo. Seguramente el más famoso ocurre en el valle del Baztán en 1609 cuando se envía a desde Madrid a unos investigadores para examinar los testimonios sobre unas reuniones que se desarrollaban en unos prados –frente a la cueva que hace de reclamo turístico– en Zugarramurdi. Aplicados ampliamente unos cuestionarios a 1.800 reos y testigos de Navarra, Guipúzcoa y Álava, concluye el enviado Alonso de Salazar Frías: “No he hallado certidumbre ni aun indicios de que colegir algún acto de brujería que real y corporalmente haya pasado en cuanto a las idas de aquelarres, asistencia de ellos, daños ni los demás efectos que se refieren”.

Hoy en día, en un ángulo de la fachada de la plaza de San Francisco del Ayuntamiento de Sevilla, sigue tallada la Cruz de la Inquisición, levantada en recuerdo del último auto de fe celebrado en ese mismo lugar en 1703. El puritanismo y la cultura de la cancelación se cuelan hoy por las rendijas sociales de la sociedad. La Iglesia va camino, como profetizaba Benedicto XVI y tantas veces ha repetido Francisco, de ser una minoría que será creativa con la fuerza de la gracia o no será –y sin necesidad de rescatar inquisiciones o tormentos del pasado–.