Tengo una cita.
Tener una cita querida, deseada, es quizá la cosa más bonita que nos puede pasar. Implica que las dos partes queramos vernos. Implica querer compartir el propio tiempo que, sin duda, es lo más valioso que podemos darnos porque conlleva parte de nuestra propia vida.
- PODCAST: Dar la cara por la Iglesia
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Tener una cita querida significa que conocemos el lugar y el momento donde encontrarnos. Significa que los dos iremos, que cada uno recorrerá el espacio necesario en el momento preciso. Significa que queremos escucharnos, vernos y, sobre todo, estar-nos juntos. Si uno de los dos no eligiera ese tiempo y ese espacio para el otro, sería imposible el encuentro.
Tener una cita deseada implica esperarla, imaginarla, disfrutarla por adelantado. Y si el encuentro va bien, sin duda será el inicio de otros posteriores. Si los dos queremos, claro.
Tener una cita y esperarla trae, además, el misterioso regalo de fortalecer el vínculo entre ambos mucho antes de encontrarnos. Solo por cuánto y cómo lo esperemos. Nos esperemos.
Ad-ventus
Y por alguna razón este año así me viene el Adviento, el Ad-ventus, la parusía en griego. Que no es solo el que está viniendo, es más aún: “Parusía significa presencia, o mejor dicho llegada, es decir, presencia comenzada de Dios mismo” (J. Ratzinger).
Él siempre viene. Y quiere quedar conmigo. Con nosotros. Con cada uno. Con todo lo que conlleva una cita: saber dónde vernos, ir hacia allí, desearlo y esperarlo. Vivir esperando algo que no llega nunca, por bonito que sea, solo sería una fuente de frustración y mentira. La esperanza cristiana no es eso. Esperamos lo que de algún modo ya hemos experimentado. Si no, no lo esperaríamos ni lo desearíamos. Una presencia iniciada y abierta hasta el final.
Somos seres capaces de adviento. Capaces de esperar y capaces de encuentro. Encuentro con quienes queremos y con quienes difícilmente soportamos. Encuentro con la alegría y con el dolor. Con lo que tememos y con lo que ansiamos. Encuentro con la vida, en definitiva. Y con el Dios de la vida.
No sería poco que vivir el Adviento nos ayudara a vivir así, sabiendo que vivir es un encuentro. De nosotros depende en gran medida cómo, donde, cuándo y con quién. No vaya a ser que nos ocurra aquello de lo que nos previene el mismo Jesús: “No has sabido darte cuenta de que era Yo quien estaba viniendo a ti” (Lc 19, 44).
Tengo una cita. Con Él. Con la vida y en la vida. Con la vida. Ojalá no me despiste.