Juan del Río, arzobispo Castrense de España
Arzobispo Castrense de España

Héroes del momento: los padres


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Los niños españoles han salido a la calle después de cuarenta y dos días de confinamiento. Durante todo este tiempo, padres y madres se las han tenido que idear o inventar para librar a sus hijos de cualquier contagio y adecuarse a las rígidas normas que con más o menos acierto han impuesto las autoridades competentes. En la actualidad, desde el pasado 26 de abril se han visto un poco aliviados por el inicio de la desescalada. Pero antes y ahora los padres están siendo verdaderos héroes en esta pandemia del Covid-19.



Situémonos primeramente en los sacrificios, incomodidades y pesadumbres que ha supuesto tantos días encerrados en reducidos pisos o casas en las que viven la mayoría de las familias hoy en día. Muchas de estas viviendas no estaban equipadas con wifi ni aparatos para las nuevas tecnologías que de pronto han tenido que utilizar padres, hijos y hasta los mismos abuelos. Se ha pasado de un hogar funcional a vivir en un microespacio digital donde ha entrado el teletrabajo de los progenitores, la escuela de los pequeños y la universidad de los jóvenes.

Teletrabajo y cuidado de niños

Luego tenemos estas largas semanas, en las que los padres han tenido que actualizarse y hacer de ayudantes en multitud de tareas docentes sobre materias que ya tenían olvidadas o no se daban en sus tiempos, a la vez que las compaginaban con sus trabajos. Además, con una improvisada metodología analógica completamente diferente a la que nuestros niños, padres e incluso profesores no estaban acostumbrados. Encuentros virtuales con maestros y catedráticos a través de Meet, Zoom, Team, Skype, FaceTime, WhatsApp o utilizando plataformas educativas como Clasroom y los correos electrónicos donde continuamente se han mandado tareas, dudas, consultas y demás. Verdaderamente han tenido momentos muy agotadores y estresantes.

A esto, hay que sumarles las tareas normales de comida, limpieza, lavado y demás quehaceres domésticos. Todo ello, procurando que no se rompiera la convivencia, que no se perdieran las formas para no provocar “heridas” en los miembros más sensibles. Igualmente, pensemos también lo que todo esto ha podido suponer en los hogares más pobres y con miembros muy vulnerables, como las repercusiones de futuro en muchos de esos niños y personas mayores que viven en situaciones de marginación. Con razón decía san Juan Pablo II que: “El trabajo de casa exige una dedicación continua y total, constituye una ascética cotidiana que requiere paciencia, dominio de sí mismo, longanimidad, creatividad, espíritu de adaptación, valentía ante lo imprevisto” (Roma, Alocución 29.4.1979).

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A pesar de las muchas deficiencias familiares que pueda haber habido tanto en el confinamiento como en estos primeros días de la desescalada del coronavirus, la familia española goza aún de buena salud y muestra un alto nivel cívico. Muchas de ellas se han visto golpeadas por la muerte de algún ser querido que no han podido despedir como es debido y a pesar de todo están mostrando gran entereza. Por otro lado, esta dura experiencia pandémica está sirviendo para redescubrir muchas cosas positivas que había entre los miembros de una misma familia y que estaban olvidadas. También el vecindario se percibe con un rostro nuevo mucho más cordial y se ha roto cierto distanciamiento social.

Por último, a nivel religioso hay que destacar que las grandes celebraciones de Cuaresma y Pascua no han faltado gracias a los medios de comunicación que han irrumpido con fuerza en nuestros hogares. La Iglesia y sus pastores han estado activísimos para que a nuestros matrimonios y sus hijos no les hayan faltado la predicación del Evangelio de Jesucristo, la asistencia caritativa, los ejercicios de piedad, la comunión espiritual y en algunos casos sacramental. Podemos decir que se ha hecho realidad lo que pide el Concilio Vaticano II: “En esta especie de Iglesia doméstica, los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo, y deben fomentar la vocación propia de cada uno” (LG 11).