Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Hieratismo bizantino


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No sé si a ti te pasa. A veces hay cosas que te alcanzan con tanta fuerza que crees que son evidentes para todo el mundo y a nadie le puede pasar “eso” desapercibido. Y resulta que no siempre pasa. A veces, simplemente captamos detalles que dentro de nosotros se llenan de sentido y se redimensionan, pero… solo para ti.



Eso me pasó el otro día con un detalle de un mosaico bizantino clásico: el ábside de Santa María in Trastevere, allá por el siglo XII. Comentaba con un amigo, licenciado en Historia, un detalle que para mí es tanto como el centro de la escena. Se representa la Coronación de María junto a Jesús; la riqueza de la luz, los colores y el detalle propio de este estilo artístico es apabullante. A mí me apabulla. Como lo hace la austeridad estoica y elegante del románico limpio y seco. Pero de otra forma.

Santa Maria in Trastevere

La expresión de la escena es serena y rígida, tal como el arte bizantino gusta: no buscaban una representación fiel de la realidad que vemos sino transmitir la profundidad y riqueza del misterio que lo habita. Me gusta pensar que justo por eso las figuras bizantinas son estilizadas y siempre van de frente. No podía ser de otro modo tratándose del espíritu.

Dicen los expertos que el uso abundante del oro es el gran recurso para transmitir la belleza, la solemnidad y la divinidad en el arte bizantino, especialmente en los mosaicos. Pero hay otro rasgo que, quizá, sea el que más identificamos quienes no somos expertos: el hieratismo, la aparente falta de expresividad, la contención continua. Todo está en su sitio. No hay pliegue en un manto que no esté donde “debe” estar. No hay gesto comprometido con nadie. Cada cual está ahí, manteniendo su postura, su gesto, aguantando el tipo, ya estén de pie o sentados. Y, sin embargo, creo que el arte bizantino transmite una armonía y serenidad de conjunto que parece imposible con tanta inexpresión y rigidez. Pues bien, en este ábside de Santa María in Trastevere, el detalle que para mí lo cambia todo es muy pequeño: la mano de Jesús reposa suavemente sobre el hombro de su madre, que bien podría ser su amiga, su confidente, su amante, su hermana, su discípula. Porque es una caricia; porque hay contacto físico que rompe con toda regla bizantina esencial; porque apenas se ve; porque lo cambia todo; porque es una provocación valiente. Di por hecho que mi amigo, como buen experto en Historia y Arte, identificaba con claridad este gesto. ¡Pero no! Que a mí se me quedara grabado no quiere decir que sea esencial.

Arte y belleza

Te pueda gustar el arte bizantino o no; te pueden gustar los mosaicos y el pan dorado o no; te puede gustar el arte sacro o no. Pero de cualquier modo el arte es arte, la belleza es belleza. Es muy mágico que sea un detalle pequeño que puede pasar inadvertido el que lo cambie todo y pueda transmitir una delicada cercanía y dulzura a través del hieratismo más extremo.

Me di cuenta después, además, que me pasa algo muy parecido con algunas personas y “grupos humanos”. Por distintas razones, a veces nos situamos frente a los demás hieráticos, rígidos, sin tocarnos ni mirarnos, solemnes, como si eso fuera lo normal, lo humano, lo deseable. Supongo que la mayoría de las veces lo hacemos por defendernos, por miedo, por inseguridad… ¡quien sabe! Y, a veces, algunas veces, alguien tiene suficiente libertad y humanidad para romper el cuadro y expresar-SE: y alguien pone su mano sobre tu hombro o se acerca o te guiña un ojo… cualquier cosa. Un gesto, una caricia. Y lo cambia todo. Porque hay faltas de expresividad y contenciones forzadas que solo necesitan eso para convertirse en una obra de arte, en una obra maestra: quebrarse. Ojalá.