JUEVES 24. Una semana después del atentado. Las Ramblas, repletas. Me inquieta de alguna manera ese ajetreo que veo a través de la televisión, como si no hubiera pasado nada más allá de las velas y las flores. Temo que nos podamos anestesiar en demasía bajo el argumento de recuperar la rutina. Sin embargo, hay aguas turbulentas por debajo. La palabra islamofobia se cuela como un hashtag que amenaza con daños colaterales de la tragedia vivida que pueden pasar factura a la larga. Incluso algunos acusan de buenismo a todo intento de diálogo interreligioso. Integrismo católico lo denominó Spadaro hace unas semanas al referirse a Estados Unidos. No estamos tan lejos de aquellos muros. Me quedo con la oración de Olaizola: “Por las gentes de paz que, ante esto, serán señaladas injustamente, por entrar en una etiqueta, una categoría, o una adscripción religiosa”. Bienaventurados.
VIERNES 25. Ruth: “Donde tú vayas, yo iré”. Valentía. Confianza. Como la de tantos. Inquebrantable, como la de Calasanz. 400 años de fidelidad transformadora. “Dejemos obrar a Dios”. Es su manera de seguir los pasos de aquella mujer a la que nada ni nadie parecía sonreírle. Solo Dios.
SÁBADO 26. Manifestación. Me ubico frente a la pantalla como si estuviera allí. Se rompe el silencio. También el duelo. Silbidos y banderas. Sobran. Se equivocan. El único enemigo es el terrorismo.
LUNES 28. La tormenta me despierta. Siento que a mi vecino también. Y de mala gana. A mí me agrada. No el malestar del prójimo, sino el torrente que empapa vidas resecas. Agua que despereza. Será por eso el enfado.
MARTES 29. Homilías de verano. Me cuentan que un obispo alertó a su feligresía durante esos días que acumulan fiestas patronales de las “fluctuaciones doctrinales” que se vienen dando en los últimos tiempos. Allí nadie dijo nada. Entre otras cosas, porque no se enteraron de que aquello era un dardo envenenado dirigido a Francisco por una vía un tanto peculiar. Menos mal. Ese pueblo fiel solo buscaba unas palabras elogiosas sobre su Virgen y honrarla con una salve. Sin embargo, se vieron enfrascados en un mitin episcopal. Desconectaron. Y él se fue como vino, satisfecho de su rectitud homilética. Todos le oyeron. Solo uno le escuchó. Y no dijo nada.