La cultura de la muerte es lo que se muestra en los diferentes medios de comunicación a manera de victoria, se ofrece como una algo aspiracional. La intensidad del proceso letal es tan grande que ya se habla de la era del necroceno, es decir, la era de la producción en masa de la muerte.
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Películas, video juegos, libros y demás, galardonan la violencia. Las mismas noticias apuestan por mostrar muerte, agresiones y centrar su atención en sucesos que si bien es cierto; también algunos de estos hechos, son enaltecidos y centrados hacia el dolor y destrucción. Aborto, eutanasia, suicidios son temas que inundan nuestra vida, mostrando posturas polarizadas frente a quien desea honrar la vida.
No cabe duda que el hombre es el propio destructor de sí mismo. Por intereses económicos, por poder, o simplemente por imponer modelos de vida que llegan a parecer progresistas, pero que en realidad son caprichos sin fundamento. Se modifican leyes, se pide votación a una mayoría desinformada o se aprovechan de la ignorancia para implementar eso que llamamos cultura de la muerte. No está de moda cuidar la vida, dar la vida por los demás ni mucho menos pensar en el bienestar del prójimo.
Todo lo contrario, se piensa así: “Sálvese quien pueda”, “Cada quien con sus problemas” y “Si me impides avanzar no importa lo que tenga que hacer, te puedo aniquilar”. Basta escuchar la manera en que se refieren algunos grupos a la eutanasia: Es el bien morir y el derecho a no sufrir. Otros más describen al aborto como: Un método anticonceptivo sin importar la etapa del embarazo. Se justifican expresando que: Los enemigos son seres despreciables a quienes tenemos el derecho de aniquilar.
Lo vemos, lo escuchamos y hasta hemos llegado a creerlo, nada más engañoso, dicen que, repetir una mentira se transforma en verdad. Observemos los espacios de entretenimiento donde manipulan la información y se obtienen millones de likes y miles de seguidores. En contraste, con estos espacios donde se abordan temas desde la verdad, moralidad y espiritualidad apenas llegan a unos cuántos valiosos lectores. Sinceramente ¿honramos la vida? O seguimos inmóviles frente a lo que estamos viviendo expresando que somos pocos, que cada vez disminuye el número y que la partida está perdida.
Desde nuestra realidad y actividad es vital mostrar que creemos en el amor y el respeto por la humanidad, como lo hizo Jesucristo, quien es nuestro modelo a seguir. Es dar a conocer que el dador de la vida nos ofrece una valiosa oportunidad y que las circunstancias son enseñanzas que nos forjarán y mostrarán mucho más allá que la apariencia. Debemos comprender que el dolor nos acerca a Dios y nos ayuda a descubrir sus caminos, como en la parábola del Buen Samaritano, la cual encontramos en el Evangelio de San Lucas 10,25.
Ayudar, escuchar, dar, respetar, ofrecer aspectos materiales al necesitado y compartir amor, es la forma en la que podemos honrar la vida. Es una hermosa manera de manifestar el amor de Dios entre nuestros hermanos, honrar la vida es cercanía, realizar acciones positivas, no ser apariencia, sino transparencia, eso es hacer y ser Iglesia. Nada más honesto; nada más complicado que eso.