Pareciera que la pandemia –además de los males y daños intrínsecos a ella– trajo como condena mundial el enviarnos a la inmensa mayoría a las mazmorras de la vinculación virtual. Sin mediar ruegos, suplicas ni excusas, el que quiera mantener su vida familiar, social, laboral y funcional, debe someterse a aprender, trabajar, abrazar, resolver, comprar y hacer casi todo con un ‘click’ y un ‘enter’para continuar. Como todo fenómeno emergente aparecen quienes lo demonizan o santifican con extrema facilidad, sin embargo, esta tecnología es un misterio que, como un iceberg recién salido del océano, apenas vislumbramos sus efectos y consecuencias para cada uno de nosotros y la humanidad.
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Un mundo “empantallado”
Lo primero, por lo mismo, será ser prudente con su juicio y con su uso para no caer en ningún extremo ni daño irreversible de esta tecnología que llegó para quedarse en la sociedad. Como tal, no es algo ajeno al ser humano, sino una extensión de él que puede canalizarse para bien o para mal de acuerdo con el uso e interpretación que se le pueda dar. Como la energía nuclear o la pólvora en su momento, está en nuestras manos hacer del mundo “empantallado” una bendición que agradecer o una maldición para lamentar.
Claramente las plataformas de conexión virtual han ampliado las posibilidades y conexiones al infinito y más allá. Han roto los límites físicos y sociales, democratizando los accesos y enriqueciendo a la comunidad con conversaciones que antes eran imposibles de pensar. La multiplicidad de culturas y personas que se pueden intersectar en una reunión, abre la esperanza a que el reino de Dios tenga un sistema eficiente para poderlo evangelizar y conectar. Sin embargo, el desafío está y estará en la capacidad de mantener los vínculos nutritivos y amorosos, sin importar si nos podemos ver o no en modo presencial.
El enemigo entonces no está en las pantallas, sino en el riesgo enorme de que el mundo virtual nos termine de enclaustrar en un mundo solitario, narciso, donde cada ser consume sin límites de tiempo ni espacio un universo de datos, informaciones y videos a los que puede acceder para su sólo beneficio y placer. La pantalla, tanto para niños como adultos puede ser una puerta maravillosa de interacción o una sepultura de muerte que termine encerrando a su usuario en su única percepción, aislado del amor de otros y de la capacidad de amar a los demás y a la creación.
Por eso, antes de conectarse, quizás nos puede ayudar discernir con algunas preguntas: ¿Cuál es el propósito de la conexión? ¿Con quién(es)me voy a encontrar? ¿Soy capaz de amar más y servir mejor gracias a esta “reunión”? ¿Habrá frutos que generen vida para la comunidad y que saquen de mí y de nosotros nuestra mejor versión? Si no hay claridad en las respuestas o esta es la simple diversión o evasión, más vale abstenerse de las posibilidades de la pantalla y volver a centrarse en lo concreto visible y vivo que tenemos alrededor para volver a ser humanos y ordenar bien la ecuación.