Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Humanizar nuestros entornos


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Estos días he disfrutado de la visita de unos amigos en Granada y eso me ha dado la oportunidad de revisitar algunos sitios y alternar bastante más. Lo curioso es que, en este movimiento por una ciudad que no es tan grande, ha habido varias ocasiones de revisitar establecimientos y de reencontrarnos con quienes trabajaban ahí. Me llamaba la atención que varios de ellos se dirigían a nosotros recordándonos que les habíamos visitado hacía poco tiempo, mostrando que sabían qué habíamos pedido y, en alguna ocasión, incluso, contándonos de dónde eran y cómo habían llegado a trabajar ahí. Me resisto a pensar que se trata de un mero recurso para vender mejor su producto y que, más bien, delata la urgente necesidad que todos tenemos de encontrarnos en quiénes somos, en nuestra verdad, más allá de toparnos unos con otros a partir del rol social que nos toca jugar en cada momento.



Gestos de calidez

Puede parecer una bobada, pero este tipo de gestos, que se concentraron llamativamente en unos días, convierten la ciudad en un espacio humano y habitable, donde hay rostros e historias concretas, personas que, no solo te ofrecen un servicio, sino que, de algún modo, te recuerdan que lo importante es siempre la calidez y el trato humano. Siempre estuvieron ahí, pero hay circunstancias que te facilitan una mirada distinta y más pausada a quien, por ejemplo, te pone un café. Basta una pregunta, un gesto o una simple actitud de unos y de otros para que cambie el tono y, en vez de cliente y comerciante, nos encontremos dos personas que ya no pasarán desapercibidas la una para la otra.   

Catedral de Granada

Y no es que esto no sea tan frecuente por mala intención o por despreocupación, sino que, con demasiada frecuencia, andamos por la vida demasiado rápido o muy ensimismados en lo nuestro como para bajar la vista y mirar alrededor a quienes tenemos cerca. No me extraña que también los discípulos tuvieran que escuchar cómo les reprochaban que se quedaran mirando al cielo (Hch 1,11), fijos los ojos en donde creían que estaba Jesucristo y obviando que su Presencia está mucho más cerca de lo que pensamos. Quizá esta semana, que nos movemos entre celebrar la Ascensión y pedir el Espíritu Santo que hace nuevas todas las cosas, sea un buen momento para mirar alrededor y humanizar nuestros entornos.