El huracán “Francisco”, en su paso por Colombia, tuvo una inesperada competencia mediática: los huracanes que destruyeron ciudades enteras en el Caribe relegaron a un segundo plano informativo la visita del Papa al servicio de la reconciliación del pueblo colombiano. Si juzgamos a partir de lo que se vio reflejado en las pantallas, la finalización de medio siglo de enfrentamientos armados fue menos interesante para el gran público que la devastación provocada por las tormentas; o, acaso, poco atractivo para quienes manejan las agendas de los grandes medios de distracción masiva.
Es interesante comparar la manera como se trata en los medios una visita papal y el seguimiento que se hace de cuestiones como los huracanes, los conflictos armados o los partidos de fútbol. Cuando lo que hay que presentar a la audiencia son conflictos, las palabras de los relatores o comentaristas brotan entusiastas y precisas; los adjetivos fluyen y las descripciones son claras y minuciosas. En cambio, si se trata de hablar de reconciliación, encuentro, perdón, ternura, fe, alegría; u otros términos similares, las palabras suenan graves, pesadas, inseguras. Fácilmente se puede advertir que el periodismo no sabe qué hacer ante la ausencia de conflictos. En ocasiones hasta es trabajosa la pronunciación de determinadas palabras, los locutores tropiezan al decir “reconciliación”; incluso se puede adivinar que no comprenden muy bien el significado del término.
No es suficiente poner a disposición de los satélites imágenes de las visitas papales, urge acompañar esa tarea de una acción periodística que en su manera de tratar los temas logren transmitir con eficacia el mensaje. Además de la señal televisiva es necesario ofrecer al periodismo un material que le facilite el análisis o la explicación de lo que se refleja en las pantallas.
Imágenes que lo dicen todo
Como expresa en su última columna el director de Vida Nueva, José Beltrán, “sigue sorprendiendo la capacidad del Papa para traspasar la pantalla”. Es cierto, el Papa atraviesa la pantalla y se tiene la sensación de tenerlo en casa. Miradas, gestos, sonrisas; en ocasiones los ojos bien abiertos por el asombro, o la caricia a un niño o un enfermo; todo ese conjunto se puede convertir en un verdadero espectáculo. En las manos de un buen director de televisión, la figura de Francisco puede generar emoción en el más insensible de los espectadores. Pero, siempre hay un pero, el contraste entre la frescura del Papa y la solemnidad y el gesto impenetrable de algunos personajes que lo acompañan, reflejan sin proponérselo una de las mayores dificultades que tienen hoy los comunicadores de la Iglesia: ¿cómo lograr que la pantalla sea atravesada no solo por la figura de un Papa sino por la imagen de una Iglesia viva, radiante, entusiasta?
Las imágenes muestran un Papa y un pueblo llenos de vida, acompañados por una serie de monseñores, o de monaguillos o lectores, que no participan de la misma manera; que no se expresan como parte de la misma fiesta. En torno a la descontracturada figura papal hay una serie de personajes rígidos e impersonales que confunden la solemnidad con el aburrimiento.
Francisco ha dado un paso más en su incansable lucha por la paz. Es un momento histórico y trascendente no solamente para Colombia. Junto con él, detrás o delante de él, urge la presencia de una Iglesia que lo acompañe. La Evangelización no puede ser obra de uno solo, tampoco cuando ese solitario es el Papa.