Ideología es un conjunto normativo de emociones, ideas y creencias colectivas, compatibles entre sí y relacionadas con la interacción social humana. Las ideologías contrastan una realidad vigente y postulan modos distintos y superiores de convivencia. Por ello toda ideología plantea inherentemente una ética colectiva.
Las ideologías se distinguen de la cultura en que su desarrollo no es libre ni espontáneo, sino normativo y planeado. Es decir, insisten abiertamente en ser aceptadas y cuentan con programas de acción para ello. Toda ideología aspira a convertirse en cosmovisión, al pasar de ser un punto de vista propio de un grupo, para representar la generalidad del pensamiento humano.
Así en un mundo saturado de información y posturas diversas respecto a un gran número de temas, revisar si nuestras convicciones son genuinamente propias o reflejo de una ideología destructiva que obedece a los intereses de alguien más, es un tema de vital importancia para nuestro bien personal y comunitario.
¿Cuál es el problema?
Hasta este punto, plantear una ideología suena genuinamente interesante. Si las ideologías buscan en principio modos superiores de convivencia, ¿qué hay de malo en ponerlas a competir socialmente y ver cuál de ellas prospera a la larga? Para responder esto podemos revisar la historia del Siglo XX, donde diversas ideologías-trampa, a partir de su egoísmo grupal, generaron enorme sufrimiento social y riesgos de daños irreversibles que siguen vigentes hasta nuestros días.
Un problema con las ideologías es que son presa fácil del egoísmo grupal. Es decir, así como pueden ser una fuente de avance social, también pueden ser un instrumento muy útil para la manipulación y control social, no para el bien común, sino para beneficio de unos cuantos. Este es el caso del origen del nacional socialismo alemán -nazismo- y de muchas otras ideologías políticas desde principios del siglo XX.
Como lo hemos comprobado una y otra vez en nuestra historia reciente, implantar ideologías equivocadas suele acabar en hambrunas, guerras y genocidios. Las guerras mundiales provocaron cerca de cien millones de muertes directas, decenas de años de sufrimiento y dolor, cuyas secuelas aún no acabamos de sanar. Hoy en día, muchos de nuestros propios países no son ajenos a ideologías implantadas por los gobernantes contra su propia población. Gobernantes que irónicamente fueron elegidos por voto popular.
El asunto no acaba allí. Las ideologías del corporativismo económico y el militarismo nuclear ponen en riesgo la supervivencia de todos. La gente sufre y es asesinada, las especies animales se extinguen y aun así algunos no solamente preferimos seguir volteando en otra dirección, sino que seguimos sin hacer conciencia sobre la causa raíz que habilita estas atrocidades: la aceptación de ideologías equivocadas en nuestra cultura global.
En un mundo donde las armas de destrucción masiva son una realidad y nuestra industria incide ya en la salud del planeta, necesitamos tomarnos los riesgos del pensamiento ideológico muy en serio. Curiosamente son riesgos que los ideólogos, autodenominándose realistas, prefieren ignorar. En su afán realista por el triunfo de corto plazo, se olvidan de ser realistas hasta el final (Kagan, 2004) y los daños, sin exagerar, pueden acabar con todos nosotros.
Por sus frutos
La pregunta lógica que sigue es casi obligatoria: ¿Cómo distinguimos una propuesta genuina de una trampa de control social al servicio de un grupo? Aquí la historia actual tiene también mucho que enseñarnos.
Primero, una ideología nociva atenta contra el bien común. Violenta los derechos de algunos, afecta la igualdad de trato o daña el establecimiento de normas justas y aplicables a todos. Por ejemplo, el racismo postula la limitación de derechos civiles para las personas de otra raza, mientras que el clasismo limita los derechos educativos para quienes no pueden pagar por ellos.
Segundo, una ideología amañada utiliza un sistema de proselitismo y propaganda basado en la descalificación y el insulto. Apela a la división, a la aversión y al rencor, afectando con ello el bien común y la riqueza colectiva que son propios de una cultura genuina. Por ejemplo, el yihadismo desintegra el islam desde dentro al incitar a la violencia, así como el nazismo demonizó al pueblo judío para hacer avanzar su agenda.
Tercero, una ideología presa del egoísmo grupal es un sistema cerrado. El modo de pensar opera en razonamientos circulares que se auto justifican, descalifican toda crítica desde su propia lógica y atacan ferozmente a quien se opone. Al clausurar la puerta a la retroalimentación, la ideología se autoexcluye del progreso y la complementariedad humanas, para acabar siendo presa de sus propias representaciones. Por ejemplo, el socialismo, capturado por grupos gobernantes en países como Corea del Norte o Venezuela, proclama revoluciones de gran progreso, mientras las poblaciones que las viven sufren en la miseria, a la vez que rechazan la ayuda internacional.
Cuarto, una ideología distorsionada se legitima a partir de los errores del sistema dominante, para proponer soluciones que son a la vez erróneas y seductoras. Dos cosas pueden ser malas a la vez y argumentar en contra de un mal existente, no provoca que la alternativa se vuelva automáticamente buena. Sin embargo, estas prácticas son certeras mostrando el error ajeno, como justificación para realizar sus propias atrocidades. Así el estatismo se permite torturar y asesinar a los enemigos del gobierno en turno, mientras el abortismo se escuda en la insuficiencia de atención a los huérfanos para sugerir que algunos seres humanos en formación serían tan pobres que no merecen vivir.
Inclusivismo de género
Si las ideologías-trampa son tan nocivas ¿qué hace que persistan en nuestra conciencia? En mi opinión persisten porque parten de problemas genuinos de nuestra realidad social. La intención original puede ser genuina pero, bastan algunas premisas incorrectas inmersas en un sistema cerrado para que las cosas acaben mal.
Por ejemplo, el inclusivismo de género distorsiona genuinas demandas de inclusión social, relacionadas con la empatía a las víctimas, el amor, la dignidad humana, la creatividad y la aspiración a la felicidad, para ponerlas al servicio de una maquinaria de división social, interés económico y adquisición de votantes. Su interés no es por el bien de todos, sino por el control social, el lucro y el triunfo electoral.
Someto entonces a tu consideración cinco elementos que hacen que la inclusión humana se degrade a inclusivismo de género. Notarás que, como buena ideología, los argumentos se relacionan y refuerzan entre sí, creando una trampa de pensamiento difícil de superar.
El inclusivismo,
- Aprovecha nuestra empatía natural con las víctimas, para legitimar la trasgresión. Sin excepciones, no hay justificación alguna para moler a golpes a otro ser humano porque su preferencia sexual no coincide con la mía. Pero eso no justifica que, con esas preferencias como excusa, haya quienes se permitan violentar los espacios comunes para provocar, salirse con la suya en cualquier circunstancia, e incluso normalizar el abuso sexual -físico o psicológico- a menores. El bien común incluye el respeto a todos y el cuidado a la niñez.
- Equipara amor y atracción sexual. El amor es la fuerza más poderosa que existe en nuestra convivencia, es el motor de la creación, la sostenibilidad y la felicidad humanas. Y sin embargo, no siempre ha de traducirse en atractivo o preferencia sexual. Bajo la sombrilla del amor existen la amistad, el cariño padre-hijos, la admiración mutua, la camaradería, el respeto, el intercambio sexual, la educación, el acompañamiento espiritual, el altruismo y muchos otros encuentros humanos en genuino beneficio de todos los involucrados. Mientras tanto, bajo la atracción sexual caben la heterosexualidad, la homosexualidad, la masturbación, la zoofilia, la pedofilia, la violación y muchos otros tipos de intercambios, donde algunos de ellos son claramente dañinos para los involucrados. Y sin embargo el inclusivismo de género suele esgrimir el amor, cuando lo que realmente procura es una justificación moral para ejercer cualquier tipo de inclinación.
- No distingue entre dignidad humana y dignidad de los actos humanos. Ya hemos reflexionado antes sobre el fértil terreno de nuestra dignidad como seres humanos y cómo esta no garantiza la dignidad de cada uno de nuestros actos. Tú y yo sabemos que juzgar moralmente a otros forma parte de un problema social a superar; y también cada quien sabe si los actos que realiza en la intimidad contribuyen o destruyen su propia dignidad, para, a partir de ello, mantener o rectificar su conducta (Jn 8, 7-11). Sin embargo, el inclusivismo afirma erróneamente que todo acto y estilo sexual es igualmente digno.
- Prefiere la soberbia de una explicación ingeniosa e intrincada, que la humilde simplicidad del orden natural. Nuestra creatividad, intelecto y libertad forman parte de nuestra dignidad humana. Sin embargo, nuestra creatividad no está libre de ocurrencias, nuestro intelecto puede equivocarse y podemos ejercer nuestra libertad hacia el mal, especialmente cuando ya hemos invertido mucho tiempo y esfuerzo en la senda equivocada o hay suficiente presión social para ello. El inclusivista le sigue añadiendo letras al colectivo LGBT+ sin considerar que 1) algunas opciones son viables únicamente mediante una intervención médico-psico-tecnológica intrincadísima e incierta y 2) que la adopción generalizada de sus planteamientos nos llevaría a extinguirnos en una generación.
- En la búsqueda de la felicidad, niega la realidad al final del arcoíris. Todos aspiramos a ser felices y eso nos hermana en el andar como humanidad. Sin embargo, el inclusivismo convenientemente guarda silencio y evita en reconocer que el final del arcoíris no es como nos lo pintan las miniseries, las celebridades fabulosas, o las marchas por el orgullo gay. Tras esa felicidad superficial se ocultan en muchos casos historias de dolor y contradicción muy profundos, gusto sexual adquirido forzadamente por violaciones repetidas durante la niñez, infancias sofocadas por el autoritarismo y dinámicas interpersonales dominadas por resentimiento y violencia. Y eso es justo ahora lo que busca legitimar, tras una fachada de normalidad frente a la sociedad.
El inclusivismo de género es una ideología-trampa que daña el bien común, insiste en la descalificación, se resiste a todo tipo de retroalimentación y propone modos de convivencia que nos invitan a saltar de la sartén al fuego. Distorsiona un genuino desarrollo identidad personal y contamina la naturaleza de la intimidad y el amor.
Considero que nuestro actuar puede ir más allá: defender la dignidad humana, exhortando a otros, cuando consideramos que son víctimas de una ideología inclusivista. Tras un ejercicio de humildad y empatía genuino, podemos reconocer el terreno sagrado de la vida interior del otro y acompañarnos con genuina inclusión.
Referencia: Kagan, D. (2004). Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz. Cd. México: Fondo de Cultura Económica.