JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Los tres obispos de Euskadi acaban de hacer un llamamiento a sus fieles a ‘reforzar el compromiso por la reconciliación en nuestra tierra’…”.
Hace 35 años, el entonces obispo de San Sebastián, Jacinto Argaya, se ofreció para ser la última víctima mortal de ETA: “Me considero, soy y me siento, padre de toda la diócesis. La conozco perfectamente. La quiero de todo corazón. No he logrado la paz en la familia. Veo, por el contrario, que mis hijos se combaten, se odian y se matan. ¿Cabe mayor pena para un padre? ¿Cabe mayor decepción paternal y pastoral para un obispo? (…) Yo, Señor, ofrezco mi vida por Guipúzcoa, yo ofrezco mi muerte, sea la que sea, la que mandéis: natural o violenta; en el lecho o en la calle. Yo me ofrezco, con toda generosidad y verdad, como víctima de expiación. Acepta, Señor, por favor, mi ofrecimiento. Pero que mi muerte, ¡sea la última en Guipúzcoa!”.
Aquella petición, expresada en el funeral por el presidente de la diputación guipuzcoana, asesinado a manos de la banda terrorista, sigue estremeciendo, y no creo que resulte impertinente recordarla en este momento, como ejemplo de sacrificio por la paz que aún le niegan a la Iglesia, pero también como estímulo a los pastores actuales ahora que, con el alto el fuego permanente, se abre un período que esperemos que sea el definitivo para la paz.
En esa espera y esperanza, la Iglesia en el País Vasco tiene mucho que hacer y decir. No puede haber miedos, complejos ni tibiezas en su tarea, que no es otra que la de seguir educando a las nuevas generaciones para la paz y la justicia (como ha pedido el Papa en su mensaje para la jornada del 1 de enero) y acolchar espíritus y corazones para la reconciliación y el perdón.
Los pasos que se están dando allí parecen apuntar en la buena dirección. Los tres obispos de Euskadi acaban de hacer un llamamiento a sus fieles a “reforzar el compromiso por la reconciliación en nuestra tierra”, además del encuentro por la paz y la reconciliación convocado para el próximo 25 de febrero. Pero en esa tarea, netamente evangélica, han de saberse y sentirse acompañados por el resto de la Iglesia en España. No están solos.
En el nº 2.783 de Vida Nueva.
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