Iglesia sinodal, algunos apuntes sobre la Etapa Continental (parte 1)


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El presente artículo se enfoca predominantemente en la Etapa Continental del presente proceso sinodal. Sobre todo, por ser aquella que se presenta como una fase inédita en el proceso, por su método y composición; etapa que bebe fuertemente de las experiencias del Sínodo Especial para la Amazonía (por su modo y alcance de la escucha a una porción extensa del pueblo de Dios en el sitio donde peregrina) y de la Primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe (por su modo y alcance de la escucha, su discernimiento comunitario al modo de la conversación espiritual, y su definición de horizontes pastorales, a partir de ciertos consensos, con esa porción del pueblo de Dios).



Estas experiencias me han tocado profundamente en lo personal y me han transformado de muchos modos, dado el servicio al que he sido llamado, junto con tantos hermanos y hermanas de camino, en cuanto a proponer un método y coordinar las fases de escucha y síntesis. Mi modo de estar en la Iglesia y mi compromiso con ella ha cambiado profundamente a partir de estas experiencias que han sido un regalo de Dios, al mismo tiempo que han representado vivencias de profundo dolor y esperanza, frustración e ilusión, y, por encima de todo, momentos de escucha conjunta al Espíritu Santo.

Estas vivencias de una Sinodalidad en camino, siempre incompleta, pero con certeza de su horizonte, son un intento de respuesta en comunidad a los llamados de Dios para buscar y tejer nuevos o renovados caminos para la Iglesia en todas sus dimensiones.

La convergencia de las aguas en el río mayor: una imagen que ilustra el camino de la etapa continental del Sínodo

Una vez más, en este hermoso y desafiante camino sinodal que hemos vivido durante los últimos años, la imagen de una convergencia de los afluentes hacia el gran río como aguas que confluyen desde distintos orígenes y dimensiones se torna en la representación que nos ayude en la presente reflexión. El acontecimiento eclesial de mayor relevancia en este momento, en el sentido genuino del llamado de la Iglesia a que todos sean uno en el Señor sin dejar a nadie fuera, es el que nos invita a trabajar “Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación y misión”.

Las voces diversas que van configurando este proceso le van dando su sentido y horizonte, y por ello es necesario reflexionar sobre la experiencia en camino, para hacer sentido de ella.

Como las vertientes de los ríos, cada realidad es un tributario de vida (con una profunda diversidad de luces y sombras, de dolores y esperanzas, de modos de ser y de hacer) que da cuenta de nuestra verdad como Iglesia que quiere ser más fiel a su variedad y a su amplitud, y a su genuina catolicidad. El río que se compone de estas distintas aguas no es un río ideal, sino uno que lleva en sí mismo aquello que somos y aquello que estamos llamados a ser como Iglesia llamada a seguir los caminos de Jesús en la construcción del Reino y en el anuncio de una Buena Noticia que sea vida, y vida en abundancia, sin exclusión.

Pocas veces la Iglesia ha vivido una experiencia tan honda y tan compleja, y, al mismo tiempo, nunca antes la Iglesia contemporánea se había confrontado de este modo con la pregunta esencial del Concilio Vaticano II: «Iglesia, ¿quién eres? y ¿qué dices de ti misma?», como un examen de conciencia sobre nuestra coherencia en relación con estas cuestiones, luego de 60 años. Un proceso lento que en muchas ocasiones ha estado lejos de alcanzar sus propios planteamientos, o incluso iniciar el camino hacia ellos, o de producir las reformas soñadas por quienes hicieron parte de este acontecimiento, las cuales fueron evidentes frutos de la escucha al Espíritu Santo.

Sin embargo, esa misma pregunta está acompañada hoy en este proceso sinodal de una ineludible invitación a reflexionar, no solamente sobre los pasos dados (o no), sino sobre la profundidad y la honestidad de éstos, y, sobre todo, sobre la vivencia genuinamente comunitaria y discernida como Iglesia casa que ensancha su espacio, sin dejar a nadie fuera y caminando más juntos y juntas.

Mauricio1

La invitación de la Exhortación Apostólica «Episcopalis Communio» (en su número 6), a la cual recurro con frecuencia para identificar lo absolutamente esencial de éste, y de todo proceso sinodal, sigue siendo el eje sobre el cual estamos llamados(as) a reflexionar sobre el presente Sínodo, y la medida con la cual hemos de evaluarlo y evaluarnos:

También el Sínodo de los Obispos debe convertirse cada vez más en un instrumento privilegiado para escuchar al Pueblo de Dios: «Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales,1 el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama».

Una etapa inédita en el tejido de las Asambleas Continentales: método, aprendizajes y limitaciones

En el mes de mayo de 2022 el secretario general del Sínodo (en la estructura todavía denominada Secretaría del Sínodo de los Obispos, y hasta junio de ese año por las reformas de la Constitución Praedicate Evangelium) me invitó a colaborar en la Etapa Continental del Sínodo desde un papel de coordinación de la fuerza de trabajo destinada para animar y acompañar esta fase.

El tiempo para realizar este proceso era extremadamente corto dada la magnitud y la complejidad de la tarea (los siete continentes–regiones debían preparar y realizar sus Asambleas Continentales y presentar sus documentos finales hasta el 31 de marzo de 2023), pero era necesario hacer lo posible por llevar adelante este ejercicio, por lo que estaba en juego en el proceso sinodal, por lo inédito de esta etapa, y por la oportunidad que representaba de impulsar un discernimiento comunitario profundo en el marco de la escucha de este sínodo.

Ante esa petición definimos una serie de elementos «esenciales» para llevar adelante este proceso, y que son los que explican de mejor manera el horizonte, la naturaleza y el modo de esta etapa:

  • Esta etapa se enfocó claramente en propiciar un discernimiento eclesial con una mirada continental–regional, y toda la experiencia debía ser hecha alrededor del Documento para la Etapa Continental – DEC.
  • En esta etapa se desarrollaron siete Asambleas Continentales–regionales: África; América Latina y Caribe; Asia; Europa; Medio Oriente – Iglesias Orientales; Norteamérica, y Oceanía.
  • Para esta etapa se integró una fuerza de trabajo especializada con miembros de las comisiones del Sínodo y de los equipos asociados a la Secretaría General.
  • Es una etapa que propició dos movimientos: 1. Recibir el aporte de la primera fase mediante el Documento para la Etapa Continental, y 2. Producir, como fruto de un discernimiento comunitario, un documento final que ayude a la siguiente etapa para la elaboración del Intrumentum Laboris. Es importante reconocer que esta etapa no tenía sentido de modo aislado, sino sólo en la medida en que conectaba con el trabajo previo y en su aporte a la siguiente fase.
  • Hizo parte de la fase de escucha del Sínodo, es decir, no se trató de una etapa para definir propuestas específicas, para empujar agendas particulares que hayan quedado fuera, o para apenas enfocarse en hacer enmiendas al DEC.
  • La única pregunta que sustenta todo el proceso Sinodal seguía siendo la misma: «¿Cómo se realiza hoy, en los distintos niveles (desde el local hasta el universal), este “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, según la misión que se le ha confiado?» (DP nº 2).
  • En continuidad con el pedido del papa Francisco, se insistió mucho en la importancia de intentar que en esta etapa continental se tuviera una participación de las voces de personas de los márgenes, de aquellos que quedaron fuera en la primera fase. En este punto los resultados fueron limitados.
  • El método de acompañamiento de esta etapa fue desde una aproximación de «traje a la medida» (según tiempos, lugares y personas); es decir, cada uno de los siete continentes–regiones fue acompañado de manera particular, de modo que se acogieron preocupaciones, se aclararon dudas, se abordaron resistencias y rechazos, y se hizo un camino específico según las posibilidades y necesidades de cada realidad. Se hizo un proceso a manera de acompañamiento espiritual con el objetivo concreto de organizar las Asambleas Continentales.
  • El método en común de toda esta etapa fue la «conversación espiritual» como instrumento privilegiado para el discernimiento comunitario.
  • Lo más importante ha sido la experiencia misma, es decir que la etapa continental fuera una vivencia que ayudara a crecer en el sentido de Sinodalidad para el caminar de cada continente–región de la Iglesia. Los documentos y los eventos son muy importantes, tanto cuanto conduzcan al fin mayor, que es crecer en Sinodalidad para el seguimiento de Jesús. -El Sínodo es un medio, nunca un fin en sí mismo.
  • El discernimiento de la etapa continental se sustentó por la pregunta central de todo el proceso y por las orientaciones de la etapa que invitaban a buscar en la Síntesis de la Iglesia universal: A.Intuiciones que resonaban con más fuerza; B. Tensiones o Divergencias sustanciales que emergieron, y C. Prioridades, temas recurrentes o líneas de acción.

Cuando nos encontramos con el papa Francisco (noviembre de 2022) durante la preparación de esta etapa y de sus siete asambleas continentales, una de sus invitaciones más fuertes a todos quienes hemos hecho parte de la experiencia, fue la de asumir este proceso como los apóstoles vivieron el Pentecostés. Es decir, abrazar al caos, el miedo y la complejidad de esta vivencia sin precedentes en la época reciente, pero asegurándonos de que en el centro y como protagonista de todo el proceso estuviera siempre el Espíritu Santo, tal como sucedió en Pentecostés.

Su invitación fue la de intentar escuchar a todos, sin exclusión, y a no tener miedo, pues en esta fase de escucha se trata de que todo el pueblo de Dios haga parte del proceso y pueda hablar con libertad para encaminar un discernimiento honesto hacia las fases subsecuentes del proceso.

Como anécdota, al inicio de esta encomienda de coordinar la fuerza de trabajo responsable de esta etapa se hicieron múltiples convocatorias a los distintos equipos de referencia de los siete continentes–regiones. La respuesta al comienzo fue, en la mayoría de los casos, reducida o incluso sin respuesta. Excepto por un par de continentes–regiones con un proceso ya existente. Era evidente que esta etapa provocaba, inicialmente, cierto temor, resistencia, confusión, incomprensión, incluso algunas objeciones más explícitas en algún caso.

Ante esto la decisión fue abandonar todo intento de encaminar un proceso de arriba hacia abajo y con una homologación de pasos y modos unificados para desarrollar las asambleas, empezando así un camino de escucha cercana, acompañamiento profundo, y, al modo de quien asiste en los Ejercicios Espirituales, ir descubriendo aquello a lo que Dios invitaba a cada continente–región de modo particular, según sus tiempos, lugares y personas.


Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM