El decreto
El pasado sábado un decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, firmado el día de la Virgen de Lourdes, incorporaba una celebración mariana a “todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y de la Liturgia de las Horas”. Se trata de la “memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia”, para la que se ha reservado el lunes después de Pentecostés.
El cardenal Sarah, prefecto de dicha congregación, presentaba esta decisión citando su propio libro-entrevista, La fuerza del silencio, señalando que “la Cruz, la Hostia y la Virgen –Crux, Hostia et Virgo … son los tres misterios que Dios ha dado al mundo para ordenar, fecundar, santificar nuestra vida interior y para conducirnos hacia Jesucristo. Son tres misterios para contemplar en silencio”.
En el decreto se marca otro objetivo para la celebración: “Esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos”.
La fundamentación de la celebración, siempre según el decreto, se remonta a escenas bíblicas marianas clave como la presencia de María al pie de la cruz en el evangelio de Juan o reunida en el cenáculo orando con los apóstoles y recibiendo el Espíritu en Pentecostés. Estas referencias neotestamentarias son las que inspiraron algunas referencias a María como “Madre de la Iglesia” en san Agustín, san León Magno y en otros autores espirituales de la historia.
El concilio
Aunque un momento clave en la configuración teológica de este título es el Concilio Vaticano II. El documento se refiere expresamente al acontecimiento conciliar. Solo desde la orientación cristológica y eclesiológica que se consolida en el concilio se entiende la reflexión mariológica actual —la única capaz de fundamentar una devoción sólida a la Virgen María— a la que la Iglesia no ha renunciado.
Como si de las histórica ‘peleas’ entre Oxford y París entre defensores y críticos con el dogma de la Inmaculada se tratase, aunque sin ninguno a la altura de Duns Escoto, cuentan que durante el concilio hubo ciertas ‘presiones’ —supongo que en el sentido más teológico del término— para que se aprobase un nuevo dogma mariano en torno a la advocación de “Madre de la Iglesia”. Para desencanto de los defensores de esta corriente, la Virgen María no tuvo ni siquiera un documento propio y la reflexión conciliar mariana constituyó el último capítulo de la constitución dogmática sobre la Iglesia, “Lumen gentium”.
El propio decreto que instituye la nueva memoria se hace eco del guiño que Pablo VI hizo a los defensores del anuncio dogmático y como “el 21 de noviembre de 1964, como conclusión de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, para declarar va la bienaventurada Virgen María «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa», y estableció que «de ahora en adelante la Madre de Dios sea honrada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»”.
A esta sensibilidad siguió, recuerda el decreto, “una misa votiva en honor de la bienaventurada María, Madre de la Iglesia, con ocasión del Año Santo de la Redención (1975), incluida posteriormente en el Misal Romano”, la incorporación de este título en las letanías del rosario (1980), la publicación de algún formulario litúrgico más o la incorporación de la fiesta en algún calendario litúrgico particular.
El Rocío
En Huelva, el lunes de Pentecostés es inequívocamente una fiesta mariana. Una pequeña ermita en la aldea almonteña de El Rocío copa la atención de miles de devotos. En el año en que se celebra el centenario de la coronación canónica de la Virgen del Rocío, esta novedad litúrgica puede ser una buena noticia para todos los romeros que siempre han visto el correlato mariano como necesario a la celebración de la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
No sé si el cardenal Sarah o el papa Francisco a la hora de aprobar esta resolución han pensado en la fiesta de las marismas o en la Salve rociera, pero la Blanca Paloma siempre ha querido unir a María con la Iglesia de Jesús.
Es una buena ocasión para recordar la visita que, el 14 de junio de 1993, Juan Pablo II hizo al Rocío durante uno de sus viajes apostólicos a España. En aquella ocasión señaló que la en la devoción que se muestra en la “Romería de Pentecostés” o en las diferentes muestras de devoción popular, en las que hay “mucho de positivo y alentador”, sin embargo “se le ha acumulado también, como vosotros decís, ‘polvo del camino’, que es necesario purificar. Es necesario, pues, que, ahondando en los fundamentos de esta devoción, seáis capaces de dar a estas raíces de fe su plenitud evangélica; esto es, que descubráis las razones profundas de la presencia de María en vuestras vidas como modelo en el peregrinar de la fe y hagáis así que afloren, a nivel personal y comunitario, los genuinos motivos devocionales que tienen su apoyo en las enseñanzas evangélicas”. Puede ser otro objetivo para esta nueva celebración que llega al calendario eclesial.