En el diferendo entre Madrid y Barcelona resultaron enfrentadas la Virgen de Montserrat, cuyo santuario fue sede del movimiento independentista, y la Virgen del Pilar, patrona de Zaragoza y a la que se encomendó el arzobispo Vicente Jiménez Zamora con su invitación a “vivir en la casa común que es España”.
Mientras el arzobispo zaragozano expresaba su respaldo a la actuación de los cuerpos de seguridad, desde Montserrat se condenaba su actuación violenta.
¿Por qué las acciones litigiosas de este conflicto transcurren bajo la sombra de las dos advocaciones de María?
Incongruencias
Aquí en Colombia la Virgen de Fátima se paseó en hombros de los paramilitares y fue convertida en testigo de matanzas, mientras en su santuario de Chiquinquirá la Virgen rescatada de entre los trapos viejos por María Ramos escuchaba las plegarias de las víctimas, en favor de la paz.
Estas incongruencias de la piedad mariana deberían preocupar a los pastoralistas, tanto como a los teólogos que aprovechan las historias de Fátima o de Lourdes para hacer precisiones sobre el papel de la Virgen María en la historia de salvación y en la piedad de los cristianos.
Los catalanes que le piden la independencia a la Virgen, los zaragozanos que se acogen a su protección para mantener la unidad de España no contarían con la bendición de los teólogos, que recuerdan que “la experiencia cristiana de María es una experiencia religiosa de la totalidad de la fe” (Edward Schillebeeckx. ‘María, madre de la redención’. Madrid: Fax. 1969, p.206). No es, por tanto, una devoción como la que se tributa a los santos; la de María “es radicalmente superior a ellos” (Schillebeeckx, p. 205).
El icono invocado
No es el único olvido de los devotos. Pío XII denunciaba en su encíclica ‘Fulgens Corona’ la idea de una María que completa la redención; o la que defienden predicadores demasiado entusiastas que muestran a María como la que atempera las iras de un Dios justiciero y vengador; una imagen que contradice la del Dios misericordioso que nunca se cansa de perdonar, que aparece con frecuencia en el discurso de Francisco.
Porque resultan extrañas a la cultura de hoy expresiones de algunos religiosos “esclavos de María”, son más sentimentales que auténticas. Las prácticas fanáticas solo han logrado desdibujar la devoción a María que los teólogos describen con robustos trazos. El belga Schillebeeckx la descubre como la experiencia de la totalidad de la fe (206); Karl Rahner señala que la devoción mariana pone en contacto con “la no dividida, la sin pecado, la santa, en ella, por lo menos una vez, todo fue distinto de lo que sucede en la experiencia humana”.
Y agrega: “Es María la obra lograda y perfecta, y nosotros seguimos siendo los semilogrados y a duras penas redimidos” (‘Escritos de Teología’. Tercer volumen. Madrid: Taurus. 1961, p. 56).
Son realidades alejadas del icono invocado en Zaragoza, Montserrat o Bogotá, o Medellín que, además, permiten ver con luz diferente realidades equívocas como las de las revelaciones y apariciones a las que “o se les da un valor exagerado y otras veces son subestimadas” (Schillebeeckx, p. 223). Y continúa: “Sería erróneo pretender que Dios desea comunicarse tan solo a través de revelaciones privadas. Son actos de solicitud amorosa de Dios, son pequeñas señales de amor” (p. 227).
Otras tareas
Los apocalípticos anuncios atribuidos a María por los niños pastores de Fátima impactan al teólogo: “Sería absurdo tratar de construir una teología del infierno basada en las visiones de los niños de Fátima” (p. 241).
Aclara muchos pensamientos al respecto el ejemplo de san Juan de la Cruz, recordado por Schillebeeckx: al llegar el santo a una población, lo invitaron a visitar a la mujer de las llagas, una estigmatizada. En vez de ir a verla, el monje prefirió “contemplar el mar para alabar a Dios por su creación” (p. 239).
No es el poder milagroso de María, la de Zaragoza o la de Montserrat, el que resolverá el diferendo que plantea el movimiento independentista, sino la sensatez política de un diálogo sincero. Otras son las tareas que ocupan a la madre de Dios.