Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Izal y la mujer de verde


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Dicen que la gente se divide entre quienes son nocturnos y se acuestan tarde y aquellas otras personas que al final de la tarde no pueden más con su vida, pero amanecen muy temprano. Este empeño por clasificar a las personas no se reduce a ser búhos o alondras.



He conocido hipótesis que nos catalogan según se prefiera comer la pechuga o el muslo del pollo o entre quienes son de fijarse en la melodía de una canción o en su letra. En este último caso quien suscribe es, sin duda, de letras, lo que dificulta mucho que yo pueda trabajar escuchando música.

No puedo evitar quedarme enganchada a aquello que se dice y eso complejiza compaginarlo con según qué tareas. Implica, además, que le dé mil vueltas a las letras que me resultan enigmáticas o que me atrapan, por más que no pueda entender del todo su sentido. Es lo que me ha pasado durante cierto tiempo con una canción de Izal, ‘La mujer de verde’, que me acompaña como banda sonora mientras escribo esto.

La Mujer De Verde

No sé si Mikel Izal estará muy de acuerdo con mi interpretación, pero tengo la sensación de que la canción remite a algo que nos sucede un poco a todos. Me da que hay una mujer de verde escondida en nuestro interior, con muchas ganas de rescatar a la gente que le rodea y que no le resulta indiferente, como si saliéramos de un cómic de Marvel y pudiéramos enfrentarnos a las balas, vencer a los malos, volar y conseguir que todo sea como debería ser.

Lo curioso es que la canción afirma que esa mujer de verde quisiera regalar sus superpoderes e igualarse a los demás, de ahí que se insista en ir a buscar un disfraz para despojarse de ese traje que la convierte en una heroína. En teoría tenemos muy claro que no somos superhéroes y que nuestras capacidades son limitadas, pero, como siempre sucede, la práctica no es tan sencilla.

Asumir la fragilidad

Sabemos que, antes o después y de manera inevitable, el sufrimiento y las dificultades nos esperan a la vuelta de la esquina, pero a veces resulta más sencillo vivirlas en carne propia que permanecer ante el dolor ajeno como impotentes espectadores. De ahí que no sea difícil descubrirnos a nosotros mismos buscando desesperadamente ese traje verde que nos permita no solo aliviar, sino incluso recorrer por otros el camino que solo ellos deben transitar.

Nos resistimos a asumir esa incapacidad esencial de proteger a los demás de todo mal, de evitarles sufrir y de arrancar de raíz aquello que lo provoca. Aun así, por más que la canción no sea religiosa, quizá lo más evangélico es aquello a lo que invita: despojarnos de nuestros pretendidos superpoderes y asumir esa fragilidad que nos iguala a todos y que evidencia que, por más que podamos desearlo profundamente, la serpiente mentía al decir que seríamos como dioses (cf. Gn 3,5).

Solo así podremos abrirnos a aceptar que, misteriosamente, es en la impotencia y atravesando el aparente sinsentido de la Cruz como brota la Vida con mayúsculas… y no con trajes verdes.