JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Proliferan los congresos que pugnan, con más voluntarismo que cabeza, por situar a los laicos en la esfera pública…”.
Vuelve a oírse en las aulas sinodales que los protagonistas de la evangelización, ahora de la nueva, son los laicos. Es como una vieja melodía a la que los laicos no acaban de ponerle la letra correspondiente, no terminan de creérselo o no se sienten concernidos.
Tal vez porque, en la minoría de edad en la que siguen cómodamente instalados, sin haber superado esa eterna adolescencia que llena su activismo de acné clerical, es preferible que lo hagan otros; o, tal vez, porque, en otros casos, algunos movimientos laicales son meras comparsas, simples palmeros presididos por consiliarios que más que aconsejar y acompañar, ordenan, ejecutan y cierran puertas para evitar que las corrientes de la sana modernidad constipen al rebaño encomendado.
Por eso, llama la atención que en Cataluña, un grupo de destacados laicos de distintas sensibilidades eclesiales y políticas postulen una unidad eclesial más fraterna, subrayando que es más lo que los une como cristianos que lo que los separa.
No solo no se avergüenzan de su fe, sino que consiguen difundirla a través de un potente medio de comunicación como La Vanguardia (otra sorpresa, y no menor, ante la insensibilidad mediática con el hecho religioso no delictivo) y, como seguidores de Jesucristo, e inspirados por el pensamiento social de la Iglesia, se ofrecen con humildad y sentido del bien común a arrimar el hombro para aportar soluciones con las que afrontar el presente y el futuro, a brindar esperanza “contra la moral de derrota y el escepticismo indolente”.
Puestos a soñar, ¿sería posible que esta experiencia de comunión se diera entre todos los laicos de España? Proliferan los congresos que pugnan, con más voluntarismo que cabeza, por situar a los laicos en la esfera pública. En no pocas ocasiones, el exceso de ideología que exudan no invita a la causa común, más parecida a una jaula de grillos donde se busca el mejor sitio para no desafinar.
Sigamos soñando: ¿no sería una buena letra para la vieja música que representantes del apostolado seglar se juntasen para ofrecer en estos tiempos de tribulación en tantos órdenes una palabra de sentido, apolítica y evangélica, que nos situase ante nuestros contemporáneos como constructores de paz, bien común y sembradores de fraternidad?
En el nº 2.821 de Vida Nueva.