No lo conocí personalmente; hubiera sido un gusto y un privilegio. En una oportunidad, tuvo la generosidad de enviarme un mensaje agradeciéndome algo que yo había escrito. Le contesté al instante, sorprendido y agradecido. A pesar de que las “nuevas tecnologías” se jactan de tener una memoria incalculable no he logrado reencontrarme con aquel breve intercambio. Ahora, el maestro se ha ido a descansar y a nosotros nos quedan solo algunas palabras y gestos. Pero ¿acaso esa palabrita “solo” se puede poner junto a las expresiones “palabras y gestos”?
Hoy, algunos nostálgicos recuerdan cada tanto que no es lo mismo la comunicación “virtual” que el encuentro “personal”. Lo dicen como si debiéramos sorprendernos ante una verdad irresistible y destinada a la posteridad, pero en realidad se trata de una obviedad tal que no vale la pena perder el tiempo en ella. Lo verdaderamente estremecedor y sorprendente es que pequeñas frases lanzadas a este misterioso océano que llamamos ciberespacio son suficientes para iluminar algunas vidas y hasta cambiar el rumbo de otras. Como nos recuerda el Señor en el Evangelio, no existe la “fe pequeña”, hasta esa fe es capaz de mover montañas; y de la misma manera podemos decir que no existe la “palabra pequeña”, cada palabra, como cada semilla, contiene un bosque inimaginable. Por eso este misterioso oficio de escribir se parece tanto al del sembrador que arroja palabras que crecen sin que “sin que él sepa cómo” (Mc 4,27).
Javier Darío, maestro
Don Javier Darío fue un maestro del viejo periodismo, fue hombre conocedor de la Iglesia y sus vericuetos que prefirió no hurgar entre los chismes, sino abundar en las explicaciones. Vivió y escribió ofreciendo elementos para comprender mejor, para aclarar, mostrar los secretos hilos que unen acontecimientos que parecen distantes en el tiempo y en el espacio, pero detrás de los cuales se puede descubrir el mismo Espíritu que guía al rebaño. Un periodismo culto y dirigido a saciar la sed de quienes quieren cultivarse y adivinan que, detrás de los titulares, palpitan vidas y verdades que merecen ser conocidas y contadas. Un periodismo que huye de las simplificaciones y las superficialidades ideológicas que tanto daño hacen, pero que tanto se consumen y se venden.
Por su necesidad de profundidad y de explicar las cosas de manera que se entiendan, se lo notaba algo incómodo en esta dictadura de la brevedad que impone internet. Sus artículos últimamente desentonaban en este frenesí con el formato de los viejos telegramas en el que estamos atrapados. Pero no podemos olvidar que solo puede tener sentido escribir en estas publicaciones que pretenden hacer llegar la vida de la Iglesia a la mayor cantidad posible de personas si lo que hacemos es explicar, iluminar, ofrecer pistas y contagiar entusiasmo, invitando a la profundidad y al compromiso y no al eslogan barato, la frase hecha y la superficialidad disfrazada de Evangelio.
Gracias, maestro. Quienes seguimos en esto esperamos estar a la altura de quien –“sin que él sepa cómo”– nos enseñó y nos siguen enseñando.