La historia de la laica misionera Jean Donovan se enmarca en el convulso contexto político y cultural de El Salvador de la segunda mitad del siglo XX, sin el cual no es posible entender su trágico asesinato. Un momento terrible de la historia del país que produjo, entre las víctimas, algunos auténticos mártires ya declarados por la Iglesia -es el caso de los beatos Rutilio Grande y Cosme Spessoto, y el de san Óscar Arnulfo Romero- y otros que quizás algún día lo serán.
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El estudio del deterioro de la situación política en este país y de las relaciones Iglesia-Estado nos lleva al gobierno de Óscar Osorio, elegido Presidente de la República en 1950; a pesar de su elección democrática y de su prometedor programa de reformas, sin embargo dirigió el país de manera dictatorial. Dejó el mando en 1956 a José María Lemus, derrocado en 1960 por un golpe de Estado que favoreció la formación de una junta militar.
Contexto convulso
Las graves cuestiones internas se hicieron cada vez más preocupantes y complejas, hasta el punto de provocar una reacción política a los militares con la formación de un partido de oposición; el candidato apoyado fue José Napoleón Duarte, democristiano. Esta situación, ya de por sí inestable y peligrosa, se tornó decididamente trágica tras las elecciones celebradas en 1972, que llevaron al gobierno al candidato oficialista elegido por los militares, el coronel Molina: la violenta impugnación de los resultados electorales por parte de la oposición se expresó en un intento de golpe de Estado, que fue disuelto y reprimido por el ejército. Cinco años más tarde, el candidato gubernamental fue elegido de nuevo, esta vez el general Romero, quien con su frecuente uso de la fuerza y la represión empujó a los opositores a la lucha armada, que lo derrocaron en octubre de 1979 con otro golpe de Estado, esta vez con éxito.
La nueva junta formada era mixta, ya que estaba compuesta por militares y civiles, entre los que, mediante concesiones y garantías, se inició finalmente el diálogo, pero se interrumpió pocos días después, el 18 de octubre, a raíz de una masacre cometida por el ejército al dispersar a una gran multitud de manifestantes. Los civiles abandonaron la junta, menos unos pocos demócrata-cristianos dirigidos por José Napoleón Duarte, que mantuvieron la junta con los militares. La oposición se unió en el Frente Democrático Revolucionario, y el 12 de diciembre de 1980 Duarte se convirtió en presidente. Los problemas internos se agravaron y el presidente pidió ayuda a Estados Unidos, consiguiendo el apoyo del entonces presidente Ronald Reagan, que incitó a Guatemala y Honduras a luchar contra los grupos comunistas.
Escuadrones de la muerte
Así comenzó una guerra civil, que hasta 1992 enfrentaría al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional con los distintos gobiernos conservadores y juntas militares, apoyados por Estados Unidos. Militares y escuadrones de la muerte procedieron a la eliminación física de los disidentes: al final, se contabilizaron más de 8.000 desaparecidos. De la persecución no se libraron ni opositores pacíficos ni agentes de pastoral de la Iglesia ni los miembros del clero: el 12 de marzo de 1997 fue asesinado Rutilio Grande, junto con dos laicos de su parroquia, lo que provocó la indignación de la Iglesia ante tanta injusticia; pero no fueron los únicos: el 24 de marzo de 1980 fue asesinado el arzobispo de San Salvador, San Oscar Romero, y el 14 de junio de 1980 el religioso franciscano Cosme Spessotto. En este ambiente de terror, entre otros fueron asesinadas en diciembre de 1980 cuatro norteamericanas (tres religiosas y una laica) y, en noviembre de 1989, seis jesuitas de la Universidad Centroamericana.
En el grupo de las cuatro norteamericanas asesinadas en 1980 encontramos a una laica del estado de Connecticut, la joven Jean Donovan, cuyo testimonio de vida es apasionante y merece que le dediquemos este recuerdo. Había nacido el 10 de abril de 1953, la menor de dos hijos y fue criada en una familia de clase acomodada en Westport, Connecticut. Su padre, Raymond, era ingeniero ejecutivo, y más tarde jefe de diseño, en la cercana División de Aeronaves Sikorsky de United Technologies, un gran contratista de defensa para los EE.UU. y fabricante de helicópteros utilizados en la Guerra de Vietnam. Jean estaba muy unida a su hermano, Michael, y se vio profundamente afectada cuando le diagnosticaron la enfermedad de Hodgkin, de la cual sin embargo se recuperó por completo. La experiencia de la enfermedad y su valiente lucha por vencerla dejaron una fuerte impresión en Jean y, como dijo más tarde, le dieron un sentido más profundo de la preciosidad de la vida.
Futuro brillante
Jean obtuvo un grado en administración de empresas de una Universidad en Cleveland, y en la misma ciudad empezó a trabajar para la multinacional Arthur Andersen, una de las empresas de auditorías más grandes del mundo. Tenía por delante una brillante carrera empresarial pero Dios tenía otros planes para ella. Los amigos describen a Jean como extrovertida, no era del tipo tímida o retraída sino todo lo contrario, una impulsora, además de bromista, que a menudo hacía cosas extravagantes para alegrar a los demás. Su madre, Patricia, describe a su hija como “una persona valiente, cariñosa y compasiva”. Era normal verla montar en moto, que era su medio de transporte preferido.
Fue importante para su maduración espiritual el tiempo que pasó en Irlanda como estudiante de intercambio, donde un sacerdote que hizo amistad con ella -el padre Michael Crowley, que había sido misionero en Perú- la introdujo en un mundo nuevo y diferente, el de las periferias, y la posibilidad de una vida de fe comprometida con un seguimiento más radical de Jesús.
Armonizaba su trabajo con la participación activa en una parroquia y otras actividades en la Iglesia. Pero Jean no estaba del todo satisfecha con su vida y comenzó una búsqueda de un significado más profundo. Mientras trabajaba como voluntaria en la pastoral de jóvenes de la diócesis de Cleveland, se enteró del proyecto misionero diocesano en El Salvador y sintió que era lo que ella estaba buscando. Jean atribuyó su decisión a “una corazonada” y dijo: “Quiero acercarme a Él, y creo que esa es la única forma en que puedo hacerlo”.
El salto a la misión
La directora del programa misionero, la religiosa de Maryknoll Mary Anne O’Donnell, describió entonces a Jean como inteligente, amable y apostólica, y creyó que por su forma de divertirse y vivir intensamente, tenía signos de poder ser una buena misionera. Su preparación incluyó el participar en un programa de orientación para misioneros laicos que organizaba la sociedad de Maryknoll en la primavera de 1979 en el estado de Nueva York.
Jean llegó a El Salvador en julio de 1979 y fue al encuentro de su paisana, la hermana ursulina Dorothy Kazel, en la parroquia de La Libertad, en la archidiócesis de San Salvador. Su tarea sería coordinar la Caritas local, pero además llevar los libros contables. Jean comenzó en seguida también a ayudar a Dorothy en la distribución de alimentos a los pobres y refugiados, así como en clases de educación familiar. Su madre, Patricia, dijo sobre su trabajo: “Jean tomaba su compromiso con los campesinos muy en serio. Estaba fuertemente motivada por San Francisco de Asís y por el Arzobispo Óscar Romero. Ella traducía las enseñanzas del Señor al dedicarse a vestir a los pobres, alimentar a los hambrientos y cuidar a los refugiados heridos, principalmente niños que habían perdido lo poco que tenían”.
Desafío abierto
Eran tiempos, como hemos visto, muy convulsos en El Salvador: la guerra civil, la violencia, la desconfianza gubernamental hacia algunos sectores de la Iglesia, las noticias negativas que llegaban todos los días, aun así Jean permanece firme interiormente. El 24 de marzo de 1980, Monseñor Romero fue asesinado mientras celebraba una misa vespertina. Durante el funeral, el ejército lanzó bombas a la multitud de 30.000 asistentes, matando a 30 personas. Aunque Jean estaba aterrorizada en el funeral, no huyó, se dijo a sí misma que si la mataran, iría directamente con Dios. “Hay muchas veces que siento ganas de volver a casa”, escribió a un amigo después. “Pero realmente siento con fuerza que Dios me ha enviado aquí”.
Sin embargo la situación no podía no hacer mella en esta joven. “Todo está ya afectándome mucho ahora”, escribió a su amigo sacerdote irlandés en mayo de 1980. Ese verano, quedó devastada cuando sus dos amigos más cercanos de San Salvador fueron asesinados por los “escuadrones de la muerte” después de acompañarla a casa desde el cine.
Plena consciencia
En septiembre, Jean se tomó unas vacaciones de seis semanas, visitando a sus padres en Miami y a su novio en Londres. También asistió a una boda en Irlanda y se detuvo en Maryknoll en Nueva York, donde, según un amigo, pasó varias horas en la capilla. Confesó su miedo a ser asesinada. “Cuando salió [de la capilla],” recordó cuenta la madre de Jean, “dijo que era una mujer completamente diferente. Estaba lista para volver. Había hecho las paces con cualquier pensamiento de miedo que tuviera”. Después de visitar de nuevo Cleveland y Miami, regresó a El Salvador para recoger los cuerpos de los amigos asesinados, consolar a los afligidos y guiar a los pobres en la oración. “La vida continúa con muchas interrupciones”, escribió, “no sé cómo sobreviven los pobres”.
Ronald Reagan ganó las elecciones presidenciales norteamericanas en noviembre de 1980 prometiendo una postura firme contra el peligro del comunismo y el gobierno salvadoreño se vio reforzado en su propia lucha. La madre de Jean recuerda que “las cosas empeoraron en El Salvador después de las elecciones en Estados Unidos… El ejército creía que se les había dado un cheque en blanco, sin restricciones”. En ese mismo noviembre, mientras conducía su moto, Jean notó que un helicóptero militar estadounidense la seguía. Aunque el embajador de EE.UU. negó que hubiera helicópteros estadounidenses en El Salvador, para su consternación, Jean conocía el nombre y el modelo porque su padre pasó su vida ayudando a construirlos. A pesar de esto, ella continuó su actividad.
Cuerpos descubiertos
El 2 de diciembre, Donovan y la hermana Dorothy fueron al aeropuerto para recoger a dos hermanas misioneras de Maryknoll, Ita Ford y Maura Clarke, quienes regresaban de Managua. Lo siguiente que se supo de ellas fue que dos días después sus cuerpos fueron descubiertos en una fosa improvisada a unas 15 millas del aeropuerto, habían sido violadas y asesinadas a quemarropa. La cara de Jean estaba completamente destrozada, mostrando un ensañamiento con ella verdaderamente curioso. Tenía 27 años.
En abril de 1981, durante una audiencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, todos menos un senador republicano abandonaron la sala cuando los testigos iban a testificar. El insulto final llegó cuando los Donovan recibieron una factura del Departamento de Estado por $3.500 para el regreso del cuerpo de Jean a los Estados Unidos. El escándalo por la forma en que el gobierno norteamericano trató este caso, incluyendo a funcionarios de la administración acusando a las mujeres de “saltarse un control de la carretera”, de participar en “un intercambio de disparos”, de ser “no solo monjas… sino activistas políticas”, indignó a los Donovan y a las otras familias de las asesinadas, y a mucha gente de la Iglesia.
Aquellos tiempos de guerra civil han quedado atrás y se ha podido mirar al pasado con más serenidad. Hoy se prepara el camino para que Jean y sus compañeras con el mismo final trágico puedan llegar un día, si así lo considera la Iglesia, a la gloria de los altares como mártires. El tiempo lo dirá, pero nosotros ya desde ahora podemos decir lo que han repetido muchos desde que fueron asesinadas en 1980, con las palabras del Señor: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el reino de los cielos”.