Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Jesús, el “manitas”


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Vivir en una casa vieja tiene sus encantos. No me refiero a lo bucólico que es el hecho de que las ventanas no cierren bien, a lo práctico que es un suelo que disimula las pelusas o de lo bueno para mantener la agilidad que es tener que alzar las piernas para entrar en la bañera para ducharte. Me refiero, más bien, a que habitar una casa con ciertos años me facilita que, de vez en cuando, cuente con la visita de Jesús, el “manitas” que se encarga de las chapuzas cotidianas.
Gracias a la inestimable ayuda de una cisterna goteante y de una persiana rebelde (¡muy rebelde!), Jesús ha venido a verme ya unas cuantas veces desde que vivo aquí. Gracias a él aprendo lo fácil que es hacer yeso en un pequeño recipiente de helado, cómo funciona una persiana “por dentro” y cuáles son las últimas modas en cuestión de cajetines y cuerdas de persiana… eso sí, para decirme que tenemos que salvar la que hay porque las que se fabrican ya no entran en ese hueco.

Plan C

Es posible que el ser pragmático y habilidoso vaya con la profesión, así que no debería extrañarme que Jesús tenga siempre un “plan C” por si fallan el “A” y el “B”, que sea capaz de dar usos insospechados al papel de cocina o que venga todo magullado porque ha tenido que picar una bañera en otra chapuza y meter las manos debajo de ella para salvar no sé qué pieza. Me gusta hablar con Jesús, especialmente cuando se fuma un cigarro en mi ventana mientras espera que el yeso se seque. Es entonces cuando me cuenta que tiene mucho trabajo, que está de guardia y que, con frecuencia, muchas personas no saben diferenciar entre la urgencia de que se te inunde un piso y la incomodidad de que se haya roto la tapa del inodoro. Vamos, que en este trabajo también se nota cuándo solo nos preocupan nuestros intereses y no tenemos en cuenta lo que implican para otros nuestras demandas.
Trabajo
Igual es porque tengo aún fresco el recuerdo de la fiesta de san José, del que dice el evangelio que era τέκτων (cf. Mt 13,55), algo así como artesano, pero me da en la nariz que ese otro Jesús al que intentamos seguir, el de Nazaret, tenía un aire a este. A Él tampoco le importaba pringarse ni magullarse por cada uno. Saber cuándo toca esperar con paciencia el momento adecuado, no del yeso, sino de las personas o inventarse un plan tras otro, con tal de arreglar lo que anda roto por dentro, son algunas destrezas de esa sabiduría profunda que caracterizaba a Aquel del que también dicen los evangelios que era τέκτων (cf. Mc 6,3). No hay duda de que, como dice Sirácida, “cada uno es sabio en su oficio” (Eclo 38,31)… y de todos podemos aprender mucho más de lo que parece.