No somos tan mala gente


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El sacerdote se acodó suavemente en el ambón y, meneando la cabeza de arriba abajo, en un gesto que no quería significar aquiescencia, exhaló un “no podemos hacer de la queja contra el mundo nuestro programa pastoral”. Lo que llevaba oyendo de varios obispos le parecía demasiado, incluso para Cuaresma.

Y si no era aquiescencia, ¿sería resignación? Es verdad que este tiempo litúrgico invita a algunos a cargar las tintas y a desplegar el catálogo de los horrores-errores de la humanidad, salvo los de sus elegidos.

Sí, tal vez era resignación, porque siempre son los mismos los que lo ven todo emponzoñado por el pecado, lo que delata un apocalipsis a la vuelta de la esquina, ya sea por una reivindicación por la igualdad de la mujer, un atroz asesinato que certifica la podredumbre social o que la gente no se case y prefiera arrejuntarse. Todo es malo, todo es derrumbe, sin atisbo de ningún exagerado amor al mundo que hizo que, aquel en nombre de quien hablan, enviase a su hijo…

A pesar de estos vaticinios, la gente sigue con su vida, la madre dolorosa acoge el sacrificio y dice que su pequeño ha evitado que se siga haciendo más daño, pide quedarse “con tanta buena gente” y sofoca los ánimos de venganza. ¿No les suena? Accedió a un funeral católico pero no se le conoce una especial devoción. ¿Cuántos de los del golpe en el pecho lo pueden igualar?

¿Quiénes de estos cristianos que parecen vivir “una Cuaresma si Pascua”, como dice el Papa, pueden decirle a esa madre, a la gente que la acompañó, a las mujeres que se manifiestan, a los que hacen que seamos líderes en donación de órganos, a los jubilados que restañan familias rotas por la crisis y pelean por su pensión, que ellos no son también infinitamente amados, que la Pascua no va con ellos?

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