Raquel Lara, secretaria de la JOC
Secretaria de la JOC

Jóvenes cristianos en la vida pública


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La semana pasada, la JOC participó en el XXV Curso de Formación en Doctrina Social de la Iglesia de la Conferencia Episcopal Española, donde mi compañera Mª Isabel Herrera compartió su experiencia sobre el tema a abordar ‘Jóvenes cristianos y vida pública’. Consistía en una mesa redonda donde junto a otras personas jóvenes de otras perspectivas públicas como la ONG África directo, un joven de Ciudadanos y un joven de Scout Católicos, dialogaron con el foro allí presente teniendo como punto de partida la vida y el compromiso de Jesús.

Mi compañera comenzó con un testimonio de una joven que decía así:

“Mi nombre es Lorena (nombre ficticio), tengo 25 años y formo parte de la JOC. El curso pasado lo dediqué solo a trabajar para costear mis estudios. Lo hice en dos sitios diferentes: para una empresa que gestionaba actividades extraescolares e impartiendo clases particulares en diferentes domicilios. Al final del año, también me incorporé como monitora de tiempo libre en un parque infantil los fines de semana. Mi jornal mensual, con los tres trabajos, nunca ha superado los 600 euros. ¿Debo desistir?

Esta cifra para mí era suficiente el año pasado, pero ¿qué sucede ahora que quiero pagarme unos estudios? ¿Cómo puedo organizar mi vida si en el parque infantil trabajo por turnos llamándome la noche anterior e incluso, algunos fines de semana me quedo sin trabajar porque mi turno se lo han dado a otra persona que ha cogido antes el teléfono?

Tengo la suerte de que mis padres, con esfuerzo, pueden seguir echándome una mano. De esta manera puedo, por fin, empezar a estudiar, aunque seguiré trabajando. Si no tuviera a mis padres, no creo que pudiera con todo (estudios, comer, alquiler del piso…). Seguramente, necesitaría trabajar otro año entero o volver a casa para ahorrar el dinero suficiente y, así, más adelante, cursar los estudios deseados.

Me siento afortunada, pero sé que formo parte del colectivo juvenil sometido a la precariedad laboral. Por esto, le pido al Padre que nos mantenga fuertes a mí y a mis compañeros hasta que la prioridad sea la persona y sus condiciones laborales. Y, que a pesar de sentirnos tratados como mercancía, sigamos tratando con dignidad a las personas que servimos desde nuestros trabajos: alumnos, clientes, niños…”.

¿Qué está pasando?

A lo largo de los últimos años hemos asistido a grandes transformaciones a causa de la crisis, pero, sobre todo a causa del modelo económico, un capitalismo financiero y globalizado que ha desmontado el mercado laboral y ha sometido a una gran parte de la población a situaciones de pérdida de los derechos más elementales y los ha privado de los recursos necesarios para vivir dignamente. Hablamos de crisis económica, financiera, energética, climática… Sin embargo, hemos de tomar conciencia de que es el sistema es el que está en crisis, es decir el conjunto de valores, formas de organización, relaciones y estructuras desde las que hemos organizado nuestra vida.

El sistema capitalista está configurando una sociedad donde el trabajo ha pasado de ser un bien para la vida a un instrumento al servicio del capital por encima de la persona. La deshumanización del trabajo sitúa a la persona en una peligrosa situación de vulnerabilidad y exclusión social.

Desde la Doctrina Social de la Iglesia se pide incansablemente que se reconozca la dignidad humana en el trabajador o trabajadora y se declara que el trabajo tiene un sentido, y que este sentido es social y trascendente, y que el trabajador/a debe disfrutar en el hecho mismo de trabajar, así como de sus logros o beneficios.

¿De qué es síntoma esta realidad?

Todo ello es síntoma de un fracaso colectivo de nuestra sociedad que no solo empobrece a las personas afectadas, sino que además es síntoma visible del desmantelamiento del Estado del bienestar y del cambio de época al que asistimos. El deterioro del mundo laboral, la pérdida de calidad y de derechos (reforma laboral) ha dado lugar a grandes diferencias que recaen fundamentalmente sobre los colectivos más vulnerables, como las mujeres, las personas jóvenes y gran parte de las personas migradas, que son quienes sufren con más fuerza estas nuevas condiciones laborales. Así mismo, se han consolidado los “trabajadores pobres”, personas que aun teniendo un empleo no tienen ingresos suficientes como para satisfacer las necesidades básicas según el Informe FOESSA. Por lo tanto, vivimos instalados, como dice el papa Francisco, en “una economía que excluye y mata” que tenemos la obligación de denunciar y de cambiar.

Ante esta realidad… ¿qué nos diría Jesús de Nazaret ahora?

Nos recordaría que la persona está en el centro de la vida política, de las relaciones laborales y del trabajo, y no el capital. Reivindicaría que el derecho al trabajo decente debe posibilitar un desarrollo integral de la persona, donde el trabajo sea generador de dignidad para la vida. Nos diría de la necesidad de una igualdad de oportunidades y trato para todos los hombres y todas las mujeres. Reconocería social y jurídicamente el trabajo reproductivo, para poner en valor aquellos trabajos de cuidados que posibilitan y sostienen la vida. Y nos animaría garantizar que el trabajo permita desarrollar nuestra vocación y sirva para aportar nuestros dones a la construcción de la Reino desde el bien común.

Desde una mirada creyente, es urgente que las y los cristianos seamos capaces de enraizar nuestro “compromiso militante cristiano” (de transformación y justicia social) en el Evangelio y en la realidad desde la perspectiva que la mira Dios, desde el Evangelio y desde las personas empobrecidas.