Julia Greeley era una imagen familiar en las calles de Denver a finales del siglo XIX y principios del XX. Con sombrero de ala ancha, zapatos demasiado grandes y un pañuelo en el ojo, Greeley solía llevar su carro rojo cargado de mercancías para repartir entre los pobres y los sin techo de la ciudad. Tenía una devoción especial por el Sagrado Corazón y repartía a pie imágenes del Sagrado Corazón a la gente. Su labor caritativa, muy extendida y llevada a cabo sin ayudas, le valió el título de “Sociedad de San Vicente de Paúl unipersonal” por parte de un escritor, y la convirtió en el modelo de misericordia. De hecho, en el Año Jubilar de la Misericordia promulgado por el Papa Francisco en 2016, fue presentada como tal por la archidiócesis de Denver.
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Julia Greeley nació en la esclavitud en la granja de Samuel Brice Caldwell, a 9 kilómetros al oeste de Hannibal, Missouri. Diácono de la comunidad baptista, Caldwell ayudó a construir una pequeña capilla baptista en su propiedad. Sin embargo, no hay información sobre la conexión que Julia, como esclava, pudiera haber tenido con esa comunidad.
Julia no sabía su fecha de nacimiento ni su edad exacta, ni tampoco los nombres completos de sus padres. Se cree que pudo haber nacido alrededor del año 1840. Julia nunca supo su edad porque durante la esclavitud, los afroamericanos eran considerados propiedad, y muchas veces sus esclavizadores eran los únicos que conocían la edad de sus esclavos.
Julia la Tuerta
De niña, el látigo de un amo la hirió en la cara y le cegó el ojo derecho –que continuó rezumando líquido durante toda su vida– y muchos recordaban que la apodaban “Julia la Tuerta”. La historia cuenta que en una ocasión su amo golpeaba a su madre con un látigo cuando la punta del látigo golpeó el ojo de Julia, causándole el daño. Sin embargo, esto no le impidió ver las necesidades de los demás allí donde vivía y trabajar duro para ayudar. Fue liberada de la esclavitud en 1865 cuando el estado de Missouri aprobó su propia Proclamación de Emancipación. Esto ocurrió dos años después de que Abraham Lincoln aprobara la Proclamación de Emancipación de 1863.
Una vez liberada, pudo ganar dinero sirviendo a familias blancas de Misuri, Wyoming, Nuevo México y Colorado. Al igual que su historia de origen, se sabe muy poco sobre por qué Julia llegó a Colorado y con quién. Algunos dicen que era la criada de Horace Greeley y su esposa, Mary Cheney. Horace Greeley fue político y destacado editor del ‘New York Tribune’. En sus últimos años, se trasladó a Colorado en 1859, en el tiempo en que Julia era sirvienta de la casa. Mucha gente cree que Julia adoptó el apellido Greeley de Horace Greeley. Otros afirman que Julia llegó a Colorado con el gobernador William Gilpin y su esposa, Julia Dickerson.
En 1880, Julia se convirtió al catolicismo y, al no saber si alguna vez había sido bautizada, recibió el sacramento ‘sub conditione’ el 26 de junio de 1880, en la parroquia del Sagrado Corazón en Denver, de los jesuitas, que desde entonces se convirtió en un lugar muy querido para ella. Su particular devoción al Sagrado Corazón de Jesús la llevó a ejercer un apostolado suyo de la oración según el espíritu de los jesuitas por todo Denver.
A pesar de su propia pobreza, Greeley dedicaba gran parte de su tiempo a recoger alimentos, ropa y otros bienes para los pobres. A menudo trabajaba de noche para no avergonzar a las personas a las que ayudaba. Aunque sólo ganaba entre 10 y 12 dólares al mes limpiando y cocinando, empleaba gran parte en ayudar a otras personas pobres. Recorría Denver incansablemente, a menudo tirando de una carreta, recogiendo todo lo que podía para las familias necesitadas.
Por la noche, Julia arriesgaba su seguridad caminando por callejones oscuros con un pie medio inutilizado, visitando las casas de familias blancas pobres. Llevaba comida, ropa, colchones y otros artículos de primera necesidad. Realizaba sus obras de caridad por la noche para evitar la vergüenza que podría suponer para una familia blanca el hecho de que una mujer negra les ayudara, un indicio de los prejuicios raciales y la discriminación que existían en Denver en aquella época.
Con los bomberos
Asistía a misa todos los días, siempre sentada en el primer banco de la izquierda. Sus párrocos la adoraban y la defendían fervientemente de cualquier comentario racista de la gente blanca acomodada, que se ofendía de que una mujer negra se sentara todos los días en la parte delantera de la iglesia para asistir a misa. Cosas de la época.
Entre sus muchos apostolados en la ciudad, uno de ellos fue la Unión de Oración de los Bomberos, una organización que sigue existiendo hoy en día. Para ello, visitaba las distintas estaciones de bomberos de Denver, a menudo a pie, y repartía parches de tela con el Sagrado Corazón que los bomberos podían llevar en el bolsillo o en la cartera para tener la seguridad de que ella rezaba diariamente por ellos. En aquella época la profesión de bombero era más peligrosa que hoy en día, en que hay más sistemas de seguridad y protección. La popularidad de la organización no tardó en crecer y ella se hizo muy conocida entre los bomberos de su ciudad.
Paralelamente a su labor con los bomberos de la ciudad, Julia también trabajaba con las jóvenes de su parroquia. Cuando las jóvenes a las que atendía no tenían ropa adecuada para las reuniones sociales de la iglesia, Julia iba de puerta en puerta pidiendo a los feligreses acomodados que donaran vestidos buenos usados de sus hijas para que ellas se los pusieran. También organizó programas de formación y promoción para las jóvenes, trabajando ella a menudo en un segundo plano sirviendo comida y limpiando.
Una sonrisa brillante
Julia Greeley es recordada como una mujer de espíritu alegre que disfrutaba de la vida y no rehuía las fiestas y estar con los amigos, nada de melancolías ni traumas del pasado de esclavitud. Su vida de nunca fue fácil, pero en su corazón había espacio para la risa, tenía un sentido del humor exuberante y podía reírse de casi cualquier situación. Quienes conocieron a Julia recuerdan a una mujer de buen corazón que siempre lucía una sonrisa brillante y esperanza en los ojos. Hacía amigos allí donde iba, fueran ricos o pobres. Julia adoraba a los niños y ellos la adoraban a ella. Una familia recordaba que cuando Julia visitaba su casa, preparaba bocadillos de mermelada para los niños y jugaba con ellos.
Un día llegó a la iglesia sin darse cuenta con la falda vuelta del revés, lo que causó mucha risa en los niños, que lo encontraron muy divertido. La monja de la iglesia no lo encontró divertido y regañó a Julia por su comportamiento. Sin embargo, a ella no le importó; le siguió pareciendo gracioso y le dijo a la monja: “Lo sé hermana, lo sé”.
En otra ocasión, cuando algunas de las jóvenes de su parroquia organizaron un concurso benéfico de belleza, la anciana Julia convenció de broma a sus amigos bomberos para que compraran billetes para votar por ella en el concurso. Acabó ganando todo el concurso de belleza cuando sus bomberos compraron la friolera de 3.500 entradas y el dinero fue a obras de caridad. También era pianista autodidacta y tocaba en fiestas.
Terciaria franciscana desde 1901, cada 2 de agosto Julia lo pasaba en la iglesia de St. Elisabeth, dedicada a la santa franciscana seglar húngara, en la calle 11, desde que se abrían las puertas a primera hora hasta que se cerraban por la noche. Allí pasaba el día ganando indulgencias, como ella decía, para las almas pobres. San Francisco de Asís obtuvo la indulgencia de la Porciúncula del Papa Honorio III en 1216: los visitantes de la pequeña capilla de Nuestra Señora de los Ángeles de Asís podían así obtener la indulgencia plenaria para sí mismos o para las almas pobres tantas veces como visitaran la iglesia y rezaran por el Papa. Más tarde, este privilegio se extendió a todas las iglesias franciscanas en el aniversario de la dedicación de la iglesia de Asís.
Durante los años de Julia en St. Elisabeth, el párroco franciscano que probablemente dirigía las reuniones de la Tercera Orden era el Siervo de Dios P. Leo Heinrichs, que fue martirizado allí mismo mientras distribuía la comunión el 21 de febrero de 1908. Giuseppe Alia, un zapatero en paro que había emigrado recientemente desde Sicilia, comulgó ese día en la barandilla del altar, arrojó la hostia al sacerdote y sacó un revólver. Al ver el arma, el monaguillo intentó advertir al sacerdote, pero Alia abrió fuego y disparó al P. Heinrichs en el pecho. El sacerdote intentó primero recoger la sagrada forma caída y se desplomó mortalmente herido en el escalón del altar de la Virgen, falleciendo minutos después. El asesino, anarquista, describió posteriormente sus motivaciones como odio al catolicismo.
Promesas cumplidas
Solamente se conserva una foto de ella, muy significativa porque tiene un niño en brazos, como hacía tantas veces cuando iba a visitar las familias de la ciudad. En este caso, la foto tiene su historia: en 1914, mientras trabajaba en casa de Agnes Urquhart, Greeley se enteró que el único hijo de la familia había muerto en la infancia. Julia prometió a Agnes que tendría otro hijo, y así ocurrió. Su única fotografía fue tomada con el bebé de Agnes en 1916, como recuerdo de sus promesas y oraciones cumplidas.
En la mañana del viernes 7 de junio de 1918, el Hermano jesuita John de la iglesia del Sagrado Corazón estaba preparando las cosas para la misa cuando una joven negra llamó frenéticamente al timbre. Con visible tensión y dolor, la joven gritó: “Hermano, rápido, trae al sacerdote. Julia está en nuestra casa, muy enferma. Mamá cree que se está muriendo”. Ese mismo día, Julia había ido caminando a la iglesia cuando se puso enferma y llegó hasta la casa de una amiga cercana. La llevaron al hospital St. Joseph, donde falleció. Se cree que Julia tenía entre 76 y 85 años cuando murió. Los bomberos y otras personas se aseguraron de que tuviera una tumba bonita, ya que ella había regalado la suya.
Julia murió precisamente el día del Sagrado Corazón de Jesús, al que tanta devoción le tuvo siempre. Tras su muerte, se descubrió que padecía artritis severa, lo que sorprendió a los que la conocían porque nunca se había quejado del dolor que probablemente sufría mientras caminaba kilómetros y kilómetros al servicio de los necesitados. En aquellos días, Frances Wayne, periodista del ‘Denver Post’, escribió que el legado de Julia consistía en “ochenta y cinco años de vida hermosa… devoción desinteresada… y el hábito de dar y compartir ella misma y sus bienes”.
Una semana después de su muerte, el periódico diocesano recordaba: “Nunca desayunaba, excepto cuando iba a realizar un trabajo pesado y era absolutamente necesario tener sustento. Este ayuno era un acto religioso y no se debía a su pobreza, pues sus amigos le habrían dado de buena gana esta comida. El padre McDonnell le preguntó varias veces si había desayunado y ella respondió: ‘Mi Comunión es mi desayuno’”.
El Ángel de la Caridad de Denver
Hoy en día se la conoce cariñosamente como el Ángel de la Caridad de Denver y, al abrirse su causa de canonización en otoño de 2016, sus restos fueron trasladados a la Basílica de la Inmaculada Concepción de Denver, en 2017, la primera persona enterrada en dicha catedral. Es ahora sin duda más conocida que cuando era viva, pero es porque el tiempo ha permitido apreciar mejor la grandeza de esta mujer, cosa que en aquella época no era fácil por los condicionamientos sociales de la época en la que vivió. Sin embargo, nada encontramos en ella de reivindicación ni de lucha amarga, muy del gusto de la tan traída y llevada cultura Woke que estaba de moda en aquel país en años recientes. Lo que sí encontramos en Julia Greely es el amor cristiano que hace superar los condicionamientos sociales, por muy fuertes que éstos sean.