El mes de septiembre siempre es muy intenso, sobre todo en el mundo educativo. Aunque muchas veces cuesta el arranque, se notan las ganas de volver a empezar, el ánimo y energía renovadas. Este año especialmente, pues la pandemia ha dejado muchas secuelas también en la comunidad educativa, que durante un año y medio ha tenido que renunciar a gran parte de la riqueza que aportan los centros de estudios. Esos espacios en los que se mueve la Juventud Estudiante Católica (JEC), el movimiento al que pertenezco, siendo Iglesia en salida. Nos han desgastado los espacios de reunión online, la falta de contacto con nuestros compañeros y compañeras, esos ratitos de café que suponen un encuentro fuera de la clase, construyendo comunidad. En medio de este período nació una necesidad por la que decidía ponerme al servicio de la JEC como secretaria general, en un proceso largo y costoso de discernir, y tras el que finalmente di el paso porque creo que la transformación de la sociedad solo es posible de persona a persona, y a través de realidades como este movimiento que tanto me ha aportado.
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Gracias a este paso, y ahora que ya empezamos a recuperar cierta normalidad, se recuperan actividades aplazadas y los grupos se vuelven a reunir de manera presencial, empiezo a ver los frutos de esas semillas que Dios, a través de las personas que me preceden en el Equipo Permanente, ha ido sembrando en tantos lugares. En tan solo un mes, cuatro viajes me han dado claves para recordar (volver a pasar por el corazón) el por qué de esta decisión. He asistido a espacios que constantemente me han interpelado, me han hecho tomar conciencia de la Iglesia a la que estoy orgullosa de pertenecer hoy. El cansancio físico empieza a hacer mella, pero el espíritu se enriquece y fortalece con cada encuentro y cada reencuentro. Nuestra Iglesia es diversa, sinodal. Y, afortunadamente, estamos empezando a tomar conciencia y a sacar provecho de ello. Cada espacio da una riqueza distinta, y desde el encuentro con el prójimo, nos encontramos con Cristo.
Cuatro viajes para crecer en sinodalidad
A principios de mes, en Malta, nos reuníamos un pequeño grupo de personas de toda Europa, de diferentes movimientos católicos estudiantiles, para caminar juntas. Con el lema ‘Today’s students = tomorrow’s responsables’ (‘Estudiantes de hoy = responsables del mañana’), vivíamos días de trabajo, formación y experiencias compartidas. Esa misma semana, en un pequeño pueblo de Zamora, nos reuníamos también los equipos permanentes de JEC, Juventud Obrera Cristiana (JOC) y Movimiento de Jóvenes Rurales Cristianos (MJRC) para convivir y conocernos, aunar fuerzas, descubrir y descubrirnos en una Iglesia que está en un momento de oportunidades, y pensando en cómo aprovecharlas de la mejor manera posible. Segovia también se ha convertido una semana después en un lugar de encuentro para todos los equipos permanentes de la Acción Católica. Queremos construir Iglesia, desde el ambiente de cada movimiento, pero sin perder ese horizonte común, y queremos poner lo mejor de nuestra parte. Finalmente, el encuentro de delegados y responsables de pastoral juvenil en Loyola ha sido también un espacio en el que hemos estado presentes más de 100 realidades entre diócesis, congregaciones y movimientos que trabajamos con jóvenes. Nos estamos poniendo en escucha para remar en la misma dirección, y descubrir tantas realidades que en muchos casos desconocemos, que nos parecen fascinantes y que tienen en común lo más importante: nuestro amor en Jesús.
“El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo encuentra, vuelve a esconderlo y, de tanta alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Mt 13, 44). Hay tanta variedad de tesoros y de campos que más que un inconveniente, la diferencia se me antoja un gran privilegio. Este privilegio se manifiesta constantemente en forma de personas, de vivencias y de ganas de seguir transformando la realidad en nuestros ambientes. Pero como todo tesoro, hay que saber buscarlo. Y muchas veces, hay que perderse y bucear un poquito para dar con él.