¡Las personas necesitan de personas! A veces, pensamos que este cimiento estructurante, insitó a la existencia humana, la alteridad, necesita de espacios reales en nuestras relaciones enfermas y autorreferentes. La dramática dinámica de la autonomía humana puede llevar el hombre a un abismo interminable de búsqueda, a partir de una dictadura del consumo, de la necesidad de estatus social, de disputa, de la “belleza” y del poder, produciendo rupturas entre los sujetos, reiteradamente confirmadas por relaciones débiles y utilitaristas.
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Buscar invertir ese orden, a partir de la cultura del encuentro, como viene señalando el actual pontífice, seguramente es uno de los caminos más acertados para el post pandemia.
Para Martin Buber, el individuo puede realizarse plenamente, cuando hay un verdadero empeño hacia el prójimo, por medio de una relación de dialogo y compromiso con el otro: por medio de la relación Yo-Tú.
La familia
La estructura relacional humana, parte de la célula fundamental de la sociedad, o sea, la familia, en sus formas de amor: filiación, hermandad, dimensión esponsal y maternidad/paternidad (TREMBLAY Y ZAMBONI, Figli nel Figlio, p. 366), que se dilata, necesariamente, hacia un amor más grande a las personas con las cuales se afrontarán aventuras de la existencia humana en sus más diversos matices y desafíos.
La obra emblemática de Defoe diseña una isla desierta, teniendo como personaje a Robinson Crusoe, que, después de naufragar, vive en un “no-lugar” por largos años solo. ¡Si la literatura lo permite a la construcción de un individualismo en aquellos moldes, la historia de la familia humana no lo permite! Esta misma levantase en el intercambio de experiencias como cimiento natural en la construcción del humanum.
Bien ha interrogado Comte-Sponville: “¿en un siglo en que la simpatía desempeña un rol tan importante, porqué la compasión tiene tan mala fama? Sin duda, porque se prefieren los sentimientos a las virtudes”. (COMTE-SPONVILLE, Pequeño tratado de las grandes virtudes, página 115). Sin embargo, los sentimientos no bastan para establecer lazos de intercambio, aún el mismo amor no se resume a esta esfera. “el amor no es solamente un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor.” (BENEDICTO XVI, Deus Caritas est, 17). Es necesario más que esto, “encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro entendimiento” (Ibid).
Una cultura del encuentro
La “epifanía del rostro del otro”, magníficamente descrita por Levinas, desafíanos urgentemente, en estos tiempos cambiantes, a construir practicas fraternas y solidarias, ayudados por las nuevas tecnologías que traen, por supuesto, un enorme facilitador para la expansión de una cultura del encuentro y el cultivo de una verdadera amistad social. ¡En esto está la base genuina de la ética!
La alteridad como recurso humano en la superación de la angustia, del miedo, de la falta de salud, de la incertidumbre, de la soledad, de la sensación de profundo desamparo psíquico y material, descortinase frente a nosotros como vital. ¡También nosotros necesitamos de personas! Es imperativo que experimentemos desde el amanecer de nuestras vidas hasta su ocaso.
El amor-compromiso como camino postpandemia nos impone un desafío. Nadie puede esquivarse de él, sea en sentido de “ida”, sea en sentido de “retorno”. Bien ha recordado fatídicamente Benedicto XVI: “No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo.” (Ibid, 28b)
Un camino posible postpandemia es el de fomentar una autentica cultura del encuentro, que supere formas de egoísmo y de pérdida del sentido social. Las palabras iluminadas del Papa Francisco nos ayudan: “reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. (FRANCISCO, Fratelli Tutti, 8).
¡Sigamos, pues, alumnos y maestros, padres e hijos, amigos, todos nosotros en el mismo barco, en el mar revuelto y bondadoso de la vida, enriqueciendo nuestras pobrezas y nuestras insuficiencias, con el amparo precioso escondido en el OTRO!
Por Frederico Martins e Silva. Sacerdote de la Arquidiócesis de Diamantina – MG (Brasil) . Asesor de la Academia de Lideres Católicos de Brasil