Creo que ya es sabido que vivo en Granada, en un lugar privilegiado de camino a la Alhambra. Esto explica por qué durante estas semanas en las que se ha aliviado el confinamiento pasa tanta gente por mi calle. Son multitud de deportistas y caminantes que suben o bajan por la estrecha vía que pasa por delante de mi casa. Demasiadas de las personas que puedo ver desde la ventana no cumplen con las normas de número de gente, de distancia, de medidas sanitarias ni de franja horaria. Ser testigo de esta constante inconsciencia e irresponsabilidad que afecta al bien común me está haciendo descubrir una faceta de mí que desconocía: la ‘balconazi’ que yo también llevo dentro.
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Linchamientos a distancia
Este neologismo es uno de los términos que se han gestado durante estas semanas de cuarentena. Con él se denomina la actitud intransigente y agresiva de las personas que, desde su balcón, se convierten en policías amateur y vigilantes del orden social durante este tiempo de confinamiento, llegando a verdaderos linchamientos a distancia de quienes consideran que no han cumplido con las medidas sanitarias de esta pandemia.
Pues sí, todos tenemos un poquito de ‘balconazi’ escondido en nuestro interior que está dispuesto a salir si no nos percatamos de su existencia. El cansancio y la decepción por permanecer al menos otra semana en la Fase 0 son muy capaces de despertar a esa fiera agazapada que se esconde en nuestro interior. Para aplacarla me viene a la cabeza la frase con la que Caín intentó evitar la incómoda pregunta de Dios por Abel: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” (Gn 4,9). No se trata de escurrir el bulto ni de evitar responsabilizarnos de los demás, como en el texto del Génesis, pero sí de renunciar a convertirnos en fiscales y verdugos de las vidas ajenas. Mantengamos a raya a ese tirano juez dispuesto a condenar, porque se parece muy poco a Aquel que vino a salvar y no a juzgar (Jn 3,17).