Porque las palabras bonitas se las lleva el viento. Ya hablamos de esto la pasada semana y vuelvo sobre el tema. Los trabajadores pueden caer en el señuelo de la misión, de los grandes objetivos, de esa visión empresarial en la que todos deben estar involucrados y deben sacrificarse para conseguirla.
Pero este sueño se acaba pronto. Cuando la organización empresarial comienza a reducir plantilla o a poner más responsabilidades a las mismas personas. Cuando las cuarenta horas semanales no son tales porque siempre tenemos que hacer un número superior. Cuando se está atento a cualquier fallo que se tiene y no se aprecia todo lo que se hace bien. Cuando el trabajo se acumula, la burocracia axfisia y cada vez se tienen más cosas por hacer.
Cuando los beneficios no hacen más que incrementarse y el salario no sube. Cuando los planes para la empresa son magníficos, pero las mejoras para los empleados son misérrimas. Cuando alguien se siente vigilado en todo lo que hace y comienza a tener temor de hacer las cosas mal o de que le llamen la atención por algo. Cuando se siente que no se puede hacer bien el trabajo porque siempre se está corriendo de un lado a otro.
Dos realidades paralelas
Porque entonces el desánimo se instala en la plantilla, en todos los miembros de la organización. Se da un sentimiento de que unos pocos ganan (sobre todo los accionistas y directivos) a costa del esfuerzo de los demás, de que otros vayan perdiendo. Todo ello lleva a que la empresa viva dos realidades paralelas. La de los resultados, la del crecimiento, la de las ventas y las cifras de facturación, en la que todo puede ir razonablemente bien, y otra que es la interna, la del descontento, la de la autocensura, la del anhelo por cambiar de empresa hacia otra mejor, la del temor a los superiores y a que les afeen la conducta…
Cuando se llega a este lugar, la misión, la visión y los valores pasan a tener una influencia negativa sobre la organización. Porque quienes pertenecen a ellas dejan de creer en estas palabras grandilocuentes pero vacías de la dirección. Cuando escucharlas de manos de sus directivos se recibe como una muestra de desfachatez, de ataque a quienes están sufriendo una situación que no es la ideal. Los miembros de la empresa que están en esta situación reciben con un creciente enfado todo aquello que se realiza para intentar levantar el ánimo de la plantilla y para demostrarle que forma parte de una historia de éxito que está cumpliendo una misión en importante para la sociedad.
Desgraciadamente, cuando hablo con amigos, conocidos y otras personas que me encuentro cuando realizo mi trabajo habitual, las situaciones parecidas a las descritas aquí se multiplican y acaban afectando personalmente a quienes forman parte de las empresas que así trabajan. Necesitamos un cambio de cultura empresarial.