Europa se está recuperando de la violencia, ya que los atentados en Barcelona y Cambrils del 17 de agosto suponen la sexta y séptima vez, respectivamente, en poco más de un año, en que un vehículo ha sido utilizado por yihadistas islámicos para infligir víctimas en una ciudad europea.
Mientras tanto, en Finlandia, un joven apuñaló al día siguiente a una multitud, dejando a dos personas muertas. La policía lo consideran un ataque terrorista y ha arrestado, por el momento, a un solicitante de asilo marroquí de 18 años y a otros cuatro sospechosos. El incidente provocó una mayor vigilancia en aeropuertos y estaciones de trenes y una mayor presencia policial en lugares donde la gente se congrega.
La Ciudad del Vaticano es también, por supuesto, un lugar europeo donde mucha gente se congrega y, para ser sinceros, es probablemente un pequeño milagro que algo absolutamente espantoso no haya ocurrido allí. Para un yihadista, después de todo, es un símbolo imponente del cristianismo y de la civilización occidental, y el hogar del líder cristiano más reconocible en el planeta.
La viceportavoz del Vaticano, Paloma García Ovejero, me confirmó el pasado viernes que el Vaticano no está tomando precauciones adicionales de seguridad a la luz de los acontecimientos de los últimos días, en parte porque “no tenemos ninguna evidencia” de una amenaza específica.
“No hemos aumentado las medidas de seguridad porque, aquí, el nivel de vigilancia ya era muy fuerte”, me dijo García Ovejero. La Plaza de San Pedro está siempre protegida y la Via della Conciliazione permanece cerrada al tráfico. “En otras palabras, estamos manteniendo el mismo nivel de alerta”, añadió.
En el futuro, queda por ver si la necesidad de adoptar medidas de seguridad afectará a cualquiera de las actividades públicas del Papa, ya sea en Roma o cuando realice algún viaje al extranjero –el próximo está programado para principios de septiembre, cuando visite Colombia–.
Francisco no dejará de exponerse
A falta de pruebas directas e irrefutables de una amenaza específica, mi apuesta es que el papa Francisco no limitará su exposición, y habría dicho lo mismo acerca de los otros dos papas cuyos viajes he cubierto informativamente, Benedicto XVI y Juan Pablo II.
En general, los papas tienen una membrana de seguridad mucho más delgada que los otros líderes mundiales. Si usted ha visto cómo funciona el aparato de seguridad, por ejemplo, de un presidente de los Estados Unidos o de Rusia, las comparaciones con el que acompaña a un papa son, como dice mi esposa, lo mismo que comparar manzanas y sandías, porque el despliegue que acompaña a un presidente es mucho mayor.
El equipo de seguridad que acompaña a un papa es de primera categoría, pero se enfrentan a una serie de límites, tanto en su número como en lo que se les permite hacer para mantener al “jefe” fuera de peligro.
Recuerdo una vez que estaba en un viaje con Juan Pablo II en Grecia. El Papa estaba oficiando la eucaristía en un pequeño lugar. (Sí, lo admito, el mundo era más inocente antes del ataque del 11-S contra las Torres Gemelas). Durante la procesión del ofertorio, un hombre no autorizado se unió y comenzó a acercarse a Wojtyla. Estaba quizá a medio paso del altar, probablemente a menos de un metro de Juan Pablo II, antes de que alguien se diera cuenta de que algo andaba mal y el individuo fue interceptado.
Al final de la misa se anunció que el hombre estaba sin hogar y enfermo, y tan solo quería dar al Papa unas estampas. Lo trajeron de vuelta, recibió un abrazo del Pontífice, y fue una especie de “momento de Kodak”. Sin embargo, las cosas, obviamente, podrían haber resultado de manera diferente.
¿Por qué los Papas asumen el riesgo?
Aparte del obvio motivo pastoral de querer ser lo más accesible posible a las personas, hay otra dimensión que no suelen tener en cuenta otros equipos seguridad, pero que en este contexto es indudablemente real: los papas creen verdaderamente que, al final, su destino está en el manos de un poder mucho más alto.
Yo no estaba en Roma cuando el intento de asesinato de Juan Pablo el 13 de mayo de 1981. Sin embargo, pasé mucho tiempo a lo largo de los años hablando con personas que estaban allí, incluyendo a algunos de sus ayudantes más cercanos, quienes me dejaron claro que Juan Pablo II creía firmemente que la Virgen María descendió del cielo aquel día –festividad de Nuestra Señora de Fátima– y salvó su vida.
Por supuesto, Juan Pablo II era un poco más místico que Benedicto XVI o Francisco, pero al final, todos ellos están convencidos de que su destino pertenece a Dios.
Eso no significa, por supuesto, que los Papas se vuelvan imprudentes o se nieguen a aceptar las precauciones que marca el sentido común. Incluso el espontáneo Francisco se ha vuelto un poco más disciplinado, dando a su equipo de seguridad la oportunidad de desplegarse antes de que él se sumerja en medio de la multitud.
Cuando viajó a la República Centroafricana, Francisco intentó desesperadamente visitar una iglesia en donde se rumoreaba que varios cristianos acababan de ser fusilados, pero se dejó hablar de ello cuando el propio nuncio en el país explicó que era “demasiado peligroso”. (Si yo hubiera estado en ese viaje, habría iniciado una apuesta para ver si, de todos modos, Bergoglio iría o no a aquel templo. Y habría apostado a que sí, aunque estaría feliz de perder).
De la misma manera, cuando Francisco viajó a Filipinas, el momento más impactante para él era la visita que iba a hacer a la isla de Tacloban, devastada por un tifón. Sin embargo, accedió a acortar su estancia en ella cuando los pilotos le hicieron ver que el viaje de regreso podría complicarse debido a que se estaba acercando a la zona una nueva atormenta tropical y no era seguro permanecer más tiempo.
Por lo tanto, y aunque los Papas no juegan a los dados – especialmente porque, a donde quiera que ellos vayan, la seguridad de otras personas también está en juego–, sin embargo, a menudo sienten una mayor calma cuando se trata de su seguridad personal que la que sienten otras figuras públicas.
Seamos realistas: desde su punto de vista, tienen una red de seguridad definitiva.
(*) Artículo original publicado en Crux. Traducción de Vida Nueva