La candente actualidad de Mama Antula y del Cura Brochero


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El 27 de agosto pasado fue beatificada en Santiago del Estero Mama Antula, un testimonio de vida cristiana que nos llega desde antes que en esta parte del mundo comenzaran a gestarse las naciones que ahora conocemos. Próximamente, en el mes de octubre, en Roma, será proclamado santo el cura Brochero. La beata Antula desplegó su incansable actividad evangelizadora a mediados del siglo XVIII; Brochero en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. Dos vidas muy diferentes y unidas por una misma pasión: el anuncio del Evangelio a través de los ejercicios espirituales de san Ignacio.

Ambos padecieron todo tipo de dificultades para la realización de su tarea pero hay que destacar el hecho de que Mama Antula era mujer. No debe haber sido fácil para una mujer emprender semejante obra en una sociedad, una Iglesia y una cultura, en las que los varones eran los protagonistas excluyentes. Ambos vivieron situaciones sociales turbulentas poniendo especial atención a los más pobres y marginados. En términos contemporáneos podemos decir que vivían atentos a la periferia. Pero tanto la santiagueña como el cura cordobés junto con la ayuda material ofrecieron una respuesta profundamente espiritual.

Organizar y realizar los ejercicios espirituales de san Ignacio no es una tarea sencilla, y con facilidad se puede caer en la tentación de considerarlos algo superfluo para personas que padecen importantes urgencias materiales ¿Cómo hablar de Dios a quienes tienen el estómago vacío? Sin dudas hay que ocuparse de conseguir el alimento necesario, como lo hizo el mismo Jesús al multiplicar los panes, pero eso no implica callar la Buena Noticia o postergar el anuncio para aquel ilusorio día en el que las necesidades estén satisfechas. Estos dos grandes personajes, en los que se nutren las raíces de la evangelización en estas tierras, enseñan a hacer ambas cosas a la vez.

Cuanto mayor es la necesidad material mayor es también la espiritual. Así como los más pobres necesitan los mejores médicos, maestros y sacerdotes; también necesitan recibir las mejores medicinas, la mejor educación y la más sólida formación espiritual. Mama Antula y el cura Brochero ofrecían como alimento espiritual a los más necesitados el mismo alimento espiritual que los había nutrido a ellos. No entregaban a los pobres una espiritualidad “más sencilla”, “más adaptada a su situación”; no caían en la tentación paternalista que se esconde detrás de esas expresiones. Ellos no ofrecían “consuelos espirituales” con devociones superficiales sino que invitaban a todos a realizar un esfuerzo espiritual, intelectual y también físico, como el que implican los ejercicios espirituales de san Ignacio. La propuesta suponía un trabajo, en ocasiones arduo, para quienes respondían al llamado. La beata y el santo nos muestran un camino de promoción humana que privilegia lo espiritual, las urgencias del cuerpo no les impidieron ver el hambre de las almas.

En nuestros días, la droga, la violencia familiar y social, la corrupción y tantos otros males, muestran una crisis que en primer lugar es espiritual, y que exige valientes y profundas respuestas también espirituales. Quienes se acercan a nuestros templos nos piden medallitas, quizás porque muchas veces no les ofrecemos otra cosa. Quienes tienen graves conflictos existenciales buscan ayuda en otros lugares, quizás porque no saben que para ellos hay en la Iglesia una respuesta, o porque ya la buscaron allí y no la encontraron.

¿Qué vamos a hacer con el testimonio que nos ofrecen Antula y Brochero? ¿Más estampas y medallitas? ¿No será urgente imitarlos, y avanzar hacia una evangelización audaz, comprometida y auténtica; que responda a las necesidades espirituales más profundas de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo?