José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

La comunión, de pie


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MIÉRCOLES

Termina la misa del gallo. Acerco con el coche a José María a Fuenlabrada. Todavía le queda alguien a quien ofrecer un aliento de esperanza. Me desahogo compartiendo mi angustia por no haber llegado a tiempo a coger una llamada que se quedó perdida. Él me comparte inquietudes. varias. En estas estamos, cuando en la autovía de Toledo se avista peligro. Unos coches, parados con las luces de emergencia. Otros, avanzan haciéndose hueco. A los pocos segundos, descubrimos en el carril central a un caniche atemorizado.

Paramos, le recogemos y José María le acurruca en su regazo. Tiembla. A saber cuánto tiempo llevaba aturdido en la carretera. Poco a poco, se tranquiliza mientras pensamos a qué posada llevarlo. Entretanto, hemos perdido el hilo de nuestra conversación previa. Era lo mejor que podía pasar, porque no iba a ninguna parte, solo a enredos mentales y espirituales. Un perrillo se impone en el camino para redescubrir el villancico de la burra: “Yo me remendaba, yo me remendé, yo me eché un remiendo, yo me lo quité”.



JUEVES

Leo el artículo que el cardenal Cupich ha publicado en ‘Chicago Catholic’: “La postura correcta para recibir la comunión es de pie”. Algo –o mucho– pasa cuando un arzobispo tiene que recordar la normativa litúrgica de la Santa Sede referente a la eucaristía y defender el Concilio Vaticano II como un camino de renovación. “La reverencia puede y debe expresarse inclinándose antes de recibir la Sagrada Comunión, pero nadie debe realizar un gesto que llame la atención sobre sí mismo o interrumpa el flujo de la procesión. Eso sería contrario a las normas y la tradición de la Iglesia, que todos los fieles están llamados a respetar”.

Comunion De Pie

Debe de ser que Chicago está más cerca de mi pueblo de lo que pensaba. Porque de un tiempo a esta parte he visto recuperar reclinatorios del trastero. No sé si es el fiel confundido quien lo solicita, o el presbítero, que, para no ofender al fiel, lo ha rescatado del desván. O quizás el sacerdote, que –desconociendo los preceptos vigentes de la Iglesia universal, porque tal vez tenía una bursitis en el hombro aquel día que se explicó en el seminario o en la facultad– busca que sus parroquianos hinquen la rodilla como un signo errado de adoración.