Una de las esculturas emblemáticas del artista escocés David Mach es la Crucifixión realizada en 2011 para su exposición ‘Precious Light’. Sensacionalismo, espectacularidad, bizarrismo y populismo son palabras asociadas a esta obra y a ninguna renuncia Mach, quien sobre todo quiere llegar a la conciencia de la gente que nunca iría a una exposición de arte. La Crucifixión de Mach comienza por la sensación gore de horror con que impacta en quien la contempla. Una explicación añadida le permitirá saber que las agujas están realizadas con perchas en desuso que fueron recicladas para componer esta obra. Nada formal delataría tal origen pero sabiéndolo se abren otros alcances.
El Cristo está desprovisto de las características convencionales de la imagen de Cristo: no hay barbas ni melena, no hay INRI ni la mansa entrega del Cordero. Por el contrario, es un crucificado en rebeldía que pone en garra sus manos del dolor clavado. El tema objetivo es la tortura. Quizás las crucifixiones tradicionalmente representadas liberan el acto de la violencia que se desata contra el condenado y Mach quiere mostrarnos lo que primariamente es la crucifixión: una torturante ejecución pública. El carácter público lo consigue atrayendo la atención: no pasa desapercibida, queda clavada en la retina. Aunque uno retire la mirada y encoja el estómago, la imagen queda colgada en el interior por la percha del sensacionalismo.
“La corona de espinas rodea todo el cuerpo”
La escultura de Mach se impone al espectador por su violencia y la épica rebeldía con que el crucificado grita su sufrimiento. “Quise que esta escultura fuera dramática. Es una escena épica y violenta. Convertí en barras los ganchos de las perchas para reflejar eso y para mí capturan la agonía del momento”, declaró Mach (Chester Cathedral, 2016). Todo el cuerpo del crucificado se encuentra cubierto de decenas de ganchos y la primera impresión es que la corona de espinas no está rodeando la cabeza sino todo el cuerpo. Todo el cuerpo de este crucificado se ha convertido en un cuerpo de espinas. Es un paroxismo de las espinas, una brutal recepción del signo de las espinas en la crucifixión de Cristo.
El crucificado se convierte en un erizo en el que por cada poro es torturado. Forma un aura metálica terrible que puede ser vista también como una onda expansiva del dolor que atraviesa. Son perchas y el crucificado no parece sólo colgado de la cruz sino de invisibles barras tensas ante él. Pero al ser perchas tampoco puede dejar de señalarse que el Cristo parece colgado de una gran percha que es el travesaño horizontal, como un traje olvidado al fondo del armario. De algún modo también es una verja erizada que retiene al crucificado enjaulado.
“Nada ha quedado por herir”
El grito se oye. La estatua es muda pero el alarido no deja de escucharse y lo hace por esa proyección de ganchos hacia los que le miren desde cualquier posición. Desde cualquier sitio, esta crucifixión es una herida sangrante de la humanidad. Nada ha quedado por herir. Son clavos que le sujetan desde toda dirección ya no solo a las vigas de la cruz sino al aire, al mundo mismo. Los clavos parece que estén incluso hacia dentro de su carne golpeado desde todos lados. Los ganchos han sido estirados, no queda señal de la antigua forma en garfio: igual que el cuerpo del crucificado se estira, parece que cada gancho expresara el paroxismo de quien extrema su cuerpo. Son materia llevada a su extremo. Expresan la impotencia de no llegar más allá: el cuerpo trata de moverse, de expandirse, de liberarse, de salir de la cruz pero igual que el gancho estirado, no llega a más. Violencia quieta. Pese a su patético dinamismo, está detenida: la violencia no necesita el golpe para impactar, le basta el instante.
El crucificado está pintado con un tono metalizado: se le ha manipulado, endurecido, paralizado, esmaltado. Es un congelamiento metálico, fosilización acerada. El dolor aún vivo del hombre ha sido esculturizado y parece que Mach critique esa esculturización tan repetida que ha perdido el escándalo que supone. La estatua impone el dolor y antes que la compasión primariamente al miedo: el hombre sufriente es amenaza porque nosotros mismos le crucificamos. Se alegan razones pero ese hombre espinado se sale fuera de razones, es desmedidamente irracional, inaceptable por su excesivo dolor. Este Cristo pincha. Es una lluvia metálica que no cesa de manar.
Terrible crucificado que deja a todos incómodo, no permite una meditación confortable sino que obliga a la reacción y quizás la acción.