La estatua
En 2006, en una plaza de Ploërmel –una pequeña población de la Bretaña francesa que no llega a los 10.000 habitantes y que está hermanada con Kolbuszowa (Polonia)–, se inauguró una estatua dedicada a Juan Pablo II, muerto hacía poco más de una año y que estuvo en Francia hasta en ocho ocasiones durante su pontificado. La imagen, de siete metro y medio de alto, representa al Papa polaco con las manos en oración en una arco coronado con una cruz. A sus pies pueden leerse, en francés, las palabras más repetidas de la tarde de su elección: “No tengáis miedo”.
Prácticamente desde su inauguración, diferentes grupos han llevado la existencia del monumento a los tribunales aludiendo a que este homenaje era contrario al espíritu de la laica Francia.
La pelea en los tribunales locales de Rennes ha dejado diez años de sentencias contradictorias que parecen llegar a un punto más o menos definitivo en los últimos días con un dictamen del Consejo de Estado francés. En su resolución, el que es la máxima autoridad jurídico-administrativa, permite la presencia de la estatua pero pide la retirada de la gran cruz que la corona estableciendo los principios de una ley de 1905 que restringe el uso de las cruces en el paisaje público a iglesias, cementerios o museos.
La sentencia da un plazo de seis meses para retirar la cruz. Mientras, el alcalde y las autoridades polacas que colaboraron en el monumento asisten atónicos a esta resolución judicial y estudian estos días si presentar un recurso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
La polémica ha ido más allá de la Bretaña y en Twitter se han difundido en estos días montones de fotos de monumentos con cruces, agrupadas con la etiqueta #montretacroix, que quiere decir “muestra tu cruz”. También algún pensador musulmán ha sido en estos días críticos con esta resolución judicial.
Los yogures
Sin sentencia de por medio, como medida preventiva para no ofender los sentimientos religiosos, diferentes marcas de yogures “griegos” han eliminado una pequeña cruz en el diseño de sus envases.
Las famosas iglesias bizantinas de cúpulas azules de la turística isla griega de Santorini, en el mar Egeo, fueron la estampa perfecta para decorar las tapas y cartones de estos productos lácteos tan cremosos. La iglesia de San Anastasio y otras ermitas junto al mar, en medio de las casas encaladas de Oia, inspiran los diseños, en dibujos o en fotografías, de casi todas las marcas que producen los yogures griegos.
Hasta aquí todo parece normal. Aunque, de repente, hace unos meses empezó a desaparecer la pequeña cruz que corona la cúpula azul. Lo hizo primero una importante multinacional, siguió su ejemplo la marca blanca de un hipermercado de origen francés, que al borrar la cruz no se ha esmerado mucho ya que ha dejado la base. Otra cadena de supermercados del sur de España utiliza una fotografía de la isla, pero ha trucado la imagen. Otro supermercado, bastante económico, según el país ha dejado o puesto la cruz –opción que ha rectificado varias veces con varios comunicados contradictorios–.
Por su parte, una marca blanca del supermercado de unos conocidos centros comerciales españoles mantiene la cúpula con sus cruz en una de cada seis tapas, la de unos supermercados franceses también la contempla aunque un tanto borrosa. Otra potente marca blanca de una conocida empresa de alimentación, nacida en una población valenciana, tira por la vía del medio y mantiene el color azul pero no decora sus yogures cremosos al estilo griego con ninguna cúpula y, por tanto, sin necesidad de poner o borrar cruces.
El ejemplo de los yogures se ha vivido antes por otras instituciones, empresas o clubes de fútbol. En cualquier caso, el retoque de fotos o dibujos, casual, inocente o intencionado… abre, sin duda, todo tipo de teorías de la conspiración –con mayor o menor visos de realidad–.
La cruz
Para muchos, la retirada de los crucifijos recuerdan los inicios de contiendas del pasado. Los jesuitas y demás cristianos japoneses, tan cómo ha recordado la película ‘Silencio’, de Martin Scorsese, se libraban del cautiverio pisando la cruz u otra imagen sagrada. Las primeras comunidades camuflaban sus cruces al resto de la sociedad pagana a través de símbolos como el ancla.
Estos ramalazos del ayer vuelven de vez en cuando, ya sea con unos yogures o con un monumento bastante reciente. La tolerancia es el argumento de fondo que justifica esta ocultación en el escenario público. La misma tolerancia ha evolucionado también mucho en estos 500 años desde la Reforma de Lutero y, parece que ahora, en el diálogo con el islam y la secularidad, pasa por determinados grados de ocultamiento de diferentes símbolos claramente religiosos que parecen tener un contenido ofensivo para quienes no siguen una determinada fe. Así parece ser la última vuelta de tuerca de una tolerancia ha evolucionado en su sentido más restrictivo.
¿Qué significado tiene una cruz en nuestra sociedad actual? ¿las guerras de religión, la inquisición y su caricatura, la cristiandad del Antiguo Régimen…? ¿o, más bien, la caridad expresada en tantas obras sociales, los templos abiertos para celebrar la vida, el consuelo a quien ha perdido un ser querido…?
En estos momentos conviene volver a las reflexiones de Benedicto XVI y los discursos del expresidente francés, Nicolas Sarkozy, sobre la laicidad positiva y una escenario en el que la Iglesia goce de libertad en un escenario público por encima de los recelos del pasado que “se ha transformado paulatinamente en un diálogo sereno y positivo que se consolida cada vez más”.
“En este momento histórico en el que las culturas se entrecruzan cada vez más, estoy convencido de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y la importancia de la ‘laicidad’ es cada vez más necesaria”, dijo Benedicto XVI en Francia. Vemos que sigue siendo una tarea pendiente.