El mensaje
El miércoles comienza la Cuaresma con el signo de la ceniza y el papa Francisco este año en su mensaje rescata la importancia de la “la fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón” tras señalar la capacidad destructiva del pecado en nuestras vidas. No hace falta ser un agorero para darse cuenta de que en nuestro mundo hay muchas cosas que no van bien.
Una mirada profunda sobre la realidad apunta al “arrepentimiento, la conversión y el perdón” como los medios necesarios que harán “restaurar nuestro rostro y nuestro corazón” de cristianos transformadores de la existencia de cuantos conviven a nuestro lado en clave pascual. Por eso, “la Cuaresma es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna”.
Los medios
El ayuno, la oración y la limosna son los remedios clásicos de la Cuaresma. Francisco cada año ha querido subrayar la vigencia y la actualidad de estas tres herramientas de ejercitación espiritual que nos predisponen para captar el sentido profundo de estos 40 días. Este año no es una excepción y el pontífice orienta la vivencia de las tres claves:
- “Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón”.
- “Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia”.
- “Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad”.
Por lo tanto, tenemos tres elementos liberadores para conectar con lo más íntimo de nosotros. Y entrando en esa intimidad podemos compartirla con Dios, ese Dios salvador y regenerador que comprende nuestros pecados y alienta la nueva Creación que brota a partir de cada uno de los ‘limpios de corazón’. O como dice Francisco, “entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original”.