Estamos en el tiempo litúrgico llamado Cuaresma, cuarenta días en los que reflexionaremos y viviremos de manera particular cada día (en caso de que así lo decidamos) con un motivo muy especial: la Resurrección. Es momento de reflexión acerca de nuestra vulnerabilidad y la esperanza de una vida nueva; cambiar, renovarnos como personas y como sociedad.
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Es tiempo de preparación y de aceptación, tiempo de sacrificio para mantener el control de nuestros instintos, porque: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Mateo 4, 4.
Es mirar el mundo que nos rodea alejado de nuestro “ego”, también, es darnos cuenta que este mundo no siempre se encamina hacia el bien. La Cuaresma no solo es tradición y, dicho sea de paso, en algunos lugares es todo un acontecimiento religioso, es una etapa en la que podemos vivir con intensidad nuestra espiritualidad y profunda reflexión acerca de nuestras limitaciones, miserias y deseos humanos.
La Cuaresma toma su fundamento de la Sagrada Escritura donde el 40 aparece como preparación para una intervención significativa de Dios en medio de su pueblo. Los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto que preceden a la entrada en la tierra prometida; cuarenta días del diluvio en tiempos de Noé que preparan la recreación y una nueva humanidad; cuarenta días de Jesús tentado en el desierto antes de iniciar su vida pública.
Ayunar de nuestros vicios
Estos cuarenta días son fundamentales para dejarnos de centrar en nosotros mismos, en nuestras planeaciones y previsiones, es disponernos con el corazón a la intervención de Dios en nuestras vidas. En estos días, hay que poner especial interés en cumplir aquellas cosas que los cristianos debemos realizar en todo tiempo, de manera que los ayunos que realizaremos, los cuales tienen como fundamento la institución apostólica, y precisamente no solo por el consumo medido de los alimentos, sino sobre todo, ayunando de nuestros vicios.
Cambiar y transformarnos en este tiempo litúrgico debe invitarnos e inspirarnos a ser nuevos, dejando todo lo anterior, lo viejo como enseñanza y así, recobrar la novedad en Jesús, solo entendida por la Resurrección, al prepararnos para ello, caminando en esa dirección solo entonces comprenderemos la novedad en nuestras vidas.
En esta Cuaresma también percibiremos la amargura del amor de Dios, la que nos preparará para un júbilo excepcional. Por ahora, caminemos juntos para adentrarnos en el misterio del amor que debe transitar por caminos de dolor para ser comprendido.
Cuaresma, que todos y cada uno según las exigencias del amor y la responsabilidad de su propia vocación, nos dispongamos a ser un terreno bueno, generoso, disponible, profundo y fértil, para que ninguna “semilla” que proviene del amor del Corazón de Cristo caiga entre espinas, piedras, tierra superficial o ligera. Tiempo para humanizarnos y sensibilizarnos con el doliente y el necesitado, tiempo de abandonar nuestros vicios.