(José Lorenzo– Redactor Jefe)
“Últimamente se repite con saciedad esta tesis revisionista que culpa de estos lodos en que chapotea atribulado el pueblo de Dios a los polvos del concilio ecuménico convocado por Juan XXIII y, sobre todo, con el desmadre –otra etiqueta– postconciliar”
Estaba convencido de que la pederastia tenía que ver, como poco, con algún tipo de grave desorden mental y afectivo. Pero ahora, desde que se han hecho públicos los escándalos que salpican a la Iglesia, algunos quieren abrirnos los ojos al relacionarla directamente con el virus del progresismo que incubó el Vaticano II. Así se explicaría la renuncia del obispo de Brujas, culpable de abusos sexuales a un menor, aduciendo que era uno de esos progres que crecieron al calor del Concilio. Siguiendo con esta lógica, no tardaremos en ver al ahora aborrecido Marcial Maciel vinculado con la Teología de la Liberación. Hay fanáticos dispuestos a creerse esto. Los mismos que antes arremetían contra quienes avisaban de la peligrosidad de ciertas amistades y se escandalizaban ante las insinuaciones de que se podía ser consagrado y, también, delincuente. Hoy, en un bucle vergonzoso, se permiten poner etiquetas.
Últimamente se repite con saciedad esta tesis revisionista que culpa de estos lodos en que chapotea atribulado el pueblo de Dios a los polvos del concilio ecuménico convocado por Juan XXIII y, sobre todo, con el desmadre –otra etiqueta– postconciliar. ¿Adivinan de quién es la culpa de que los seminarios estén vacíos? ¿Saben realmente qué causó la pérdida de prestigio –y, sobre todo, de poder– de la Iglesia? ¿No intuyen qué está detrás del laicismo reinante? Para los nostálgicos, la respuesta es clara: aquella funesta asamblea. Al tener un chivo expiatorio identificado, se tiende a recuperar las seguridades perdidas y verbalizar a los causantes del mal: Martini, Tarancón, Danneels… Al pontificado de este último (1980-2010) se le responsabiliza de la crisis de la Iglesia belga, exangüe y socialmente irrelevante. Tres décadas es mucho tiempo imprimiendo (o deprimiendo) carácter, claro. Pero, ¿y en España? ¿A quién culpamos de este erial si Tarancón salió de escena en 1983?
En el nº 2.706 de Vida Nueva.