Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La cultura de la cancelación


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Este mes de enero el papa Francisco ha criticado duramente la llamada “cultura de la cancelación”, término aparecido en 2015 como nuevo modo de llamar al bloqueo o boicot de voces en la vida pública. Es una gran noticia: la Iglesia sabe que ha sido la agencia moderna que más ha practicado sistemática y planetariamente la cancelación. Se critica, por tanto, con profunda conciencia del mal que supone para la cultura y las libertades.



Una herramienta destacada de la cultura de cancelación es el Índice de libros prohibidos, creado en 1564 y aún vigente. Algunos autores cancelados son Balzac, Zola, Flaubert, Stendhal, Swift, Defoe, Descartes, Dumas (padre e hijo), Greene, Kazantzakis, Kant, Bergson, Montaigne, Montesquieu, Locke o Pascal, incluidos –hasta 1959– Nuestra Señora de París y Los Miserables, de Hugo. El Índice español también prohíbe a san Juan de Ávila, san Francisco de Borja, santo Tomás Moro, los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola o El Lazarillo de Tormes.

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Tras su última edición de 1948, en diciembre de 1965, Pablo VI no incluyó el Índice entre las competencias de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero, según notificación de junio de 1966, el Índice continúa moralmente vigente, aunque ya no conlleva penas legales. Tal vigencia moral del Índice fue confirmada por Ratzinger el 31 de enero de 1985, en carta al cardenal Siri.

Iluminar nuestra cultura

Ahora la Iglesia renuncia a aplicar la cultura de la cancelación en sus distintas formas, y se compromete con la libertad de expresión y conciencia, lo cual es una noticia de alcance histórico. Haría falta la rehabilitación expresa de muchos cancelados y que la Iglesia –que ha fundado la cancelación moderna– compartiera autocríticamente su arrepentimiento. Iluminaría mucho a nuestra cultura actual, que se encuentra de nuevo ante la tentación de la cancelación.

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