Obviamente, el notición del miércoles en el Vaticano fue el anuncio de que Francisco había convocado a todos los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo –más de 100 prelados– a una reunión sobre la protección a menores en Roma del 21 al 24 de febrero. La reacción inmediata fue reconocer esto como el esfuerzo del Vaticano para reconfigurar la narración sobre Francisco y los escándalos en la Iglesia, después de lo que se podría calificar como un mes excepcionalmente duro. Empezó con el informe del Gran Jurado de Pensilvania a mediados de agosto y culminó con la “acusación bomba” hace dos semanas de su anterior nuncio en EE UU.
Ya es raro para el Vaticano reunir a todos los presidentes de las conferencias episcopales por la razón que sea, pero que lo haga para hablar de los abusos, es la primera vez en la historia. Lo que el Papa y sus consejeros pueden haber pensado siguiendo este camino es el ejemplo de Chile. Mientras la crisis de los abusos hizo hervir al país en 2016 y 2017, a Francisco lo percibían como hostil con las víctimas, incluso acusándolas de “calumnia” el pasado enero por criticar a un obispo al que consideraban encubridor de su abusador. Pero las cosas dieron un giro drástico cuando Francisco convocó a los obispos de Chile a Roma, y todos presentaron su renuncia.
El Papa incluso les leyó la cartilla, directamente acusando a algunos de ellos, no solo de mirar para otro lado, sino de encubrimiento activo, como podría ser la destrucción de evidencias para obstaculizar la investigación. El resultado neto fue que Francisco había pasado de ser parte del problema a ser la solución, y más o menos apagó lo que había sido una hoguera mediática en potencia. Desde entonces el asunto se ha desinflado, pues Francisco solo ha aceptado cinco de las renuncias y no ha dado explicaciones de por qué. A modo de analogía, Francisco y su equipo puede pensar que reuniendo a los presidentes de las conferencias puede tener el mismo efecto tonificante en la actual atmósfera, proyectando la imagen de un Papa decidido a hacer lo correcto.
¿Un divorcia de la gente con el Papa?
Pero lo que puede que no seamos conscientes es que esto es mucho más grande que Chile. De hecho, puede ser la mayor apuesta del papado de Francisco, porque si esto va mal, las consecuencias pueden ser devastadoras a una escala global. En los últimos cinco años, en conversaciones –con gente de Iglesia, o colegas de los medios, o en conferencias– me he encontrado con esta pregunta: “¿Puede haber algo que termine con este romance entre este Papa y la gente?”. Francisco es una figura tan atrayente e inspiradora, que es una respuesta difícil de responder. Normalmente, diría algo como: “Si el Papa llega a ser visto como parte del lío de los abusos, eso podría acabar con él”.
Y parece que ahora, estamos en ese punto: la gente pregunta si el Papa realmente quiere decir lo que dice sobre reformar la Iglesia, y si es personalmente culpable de encubrir abusos. La única salida tiene dos vertientes:
- El Vaticano tendrá que revelar lo que sabía y cuándo lo supo,empezando por el caso McCarrick. El jueves 13 Francisco se reunió con el presidente de los obispos americanos para discutir el asunto. Seguro que el cardenal DiNardo se estará recuperando de la noticia de que no respondió a las acusaciones hacia uno de sus sacerdotes que fue arrestado esta semana. Aunque no importa quién lidere la Conferencia Episcopal americana, las preguntas sobre McCarrick no van a evaporarse.
- El Vaticano tendrá que abordar lo que la mayoría de los observadores ven como un asunto sin terminar, y que es la creciente consideración de que el crimen y el encubrimiento están al mismo nivel.
Falta de credibilidad
Hoy está claro que, si un clérigo católico es acusado de abuso a menores, automáticamente se abre una investigación y si la acusación resulta creíble, el castigo es rápido y severo. Pero, sin embargo, está menos claro qué ocurre cuando un obispo u otro superior es acusado de encubrimiento: a quién se investiga, qué proceso hay que seguir, y qué castigo debe imponerse… todavía está por saberse. Ese agujero en la credibilidad es un secreto a voces, y es el punto crucial al que los grupos de apoyo y otros críticos recurren cuando argumentan que la Iglesia todavía no se ha limpiado.
Si la cumbre de febrero viene y va sin avances significativos en estos dos frentes, la impresión será que era un ejercicio cínico de cosmética, produciendo por tanto un sentimiento de desilusión del que una figura tan formidable como Francisco puede tardar tiempo en recuperarse. ¿Es por tanto razonable creer que el Vaticano puede dar pasos significativos en estos dos frentes en febrero? Puede que sí, puede que no, pero probablemente no es la señal más positiva el hecho de que ninguna de estas dos palabras: transparencia o credibilidad, aparecen en la declaración del Vaticano. Solo se refiere a Francisco convocando a los obispos para hablar de “la protección a los menores”.
El hecho de que la recomendación para convocar la cumbre vino del C-9 del Papa, un grupo que incluye al cardenal O’Malley, quien también es el jefe de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores, puede sugerir que el objetivo es animar a las conferencias que todavía no han adoptado las políticas antiabusos. Y esta ha sido una prioridad en la Comisión de O´Malley desde el principio.
“La crisis más seria del catolicismo”
Mientras que estas políticas serían claramente un paso adelante, si esto es todo lo que consigue la cumbre, sería poco para los observadores que creen que se necesita para ser considerado como un progreso real, empezando por los grupos de víctimas y de protección que pondrán especial atención y que ayudarán a formar la narrativa de los medios después. También, el hecho de que el encuentro sea tan breve, solo tres días, y que los participantes no son presas fáciles, sino los líderes electos de sus conferencias que probablemente no serán muy sumisos para tragarse conclusiones prefabricadas, lo que puede dificultar conseguir mucho.
Por otro lado, imaginen que la cumbre realmente sirve. De repente, un Papa reformista, que para muchos parece que ha fracasado en algunos frentes como las finanzas vaticanas, habría conseguido lo que los dos papas anteriores no pudieron, enfrentándose a la crisis más seria para el catolicismo desde, probablemente, la Reforma Protestante. En otras palabras, Francisco tiene mucho que perder si esto sale mal y mucho que ganar si va bien.