Ahora que se celebra la cumbre del clima en nuestro país creo que es un buen momento para realizar una reflexión sobre la relación entre el bienestar y el cambio climático. Porque se habla mucho de las consecuencias económicas del cambio climático pero creo que se hace menos hincapié en recordar que es nuestro afán de bienestar quien lo provoca en mayor medida.
Cuando lo prioritario de una sociedad es el bienestar material y este se contabiliza a través de lo que tenemos. Cuando se le da mucha importancia al estar siempre bien, en paz con uno mismo, a gusto y sin nada que disturbe nuestra tranquilidad. Cuando lo importante es aquello que me afecta a mí y busco por todos los medios asegurar que voy a estar bien ahora… Todo lo demás queda a un lado, todo lo otro tiene una importancia secundaria.
Por ello, el cambio climático pierde relevancia ante nuestra urgencia de bienestar inmediato. Porque si se tienen recursos se puede pasar frío aunque en el exterior de la casa se esté a 50 grados, se puede vivir en las zonas altas que nunca van a ser anegadas por el mar o por una inundación, se puede disfrutar de jardines regados de manera suficiente aunque haya carestía de agua…
Si las medidas que hay que tomar para luchar contra el cambio climático me impiden tomar un avión para ir a zonas más frías cuando el calor del verano derrite el alquitrán de las calles, o disfrutar de frutas venidas del otro extremo del planeta, o comprar todo aquello que deseo a unos precios baratos, o seguir teniendo unos grandes beneficios gracias a mi actividad económica contaminante, consideraré que no vale la pena tomar las medidas necesarias para luchar contra el cambio climático, que el bienestar es más importante.
Es quizás por eso que la bandera contra el cambio climático parecen tomarla los niños y los jóvenes. Porque los niños siguen siendo como niños y desde ahí, desde su mirada limpia son conscientes del problema medioambiental. Los adultos pensamos en otra clave, pensamos en nosotros, en nuestro bienestar, nos interesamos solo en nosotros mismos y nos damos cuenta de los sacrificios que supondría luchar de verdad contra el cambio climátio. Tal vez, para calibrar bien esta cuestión, tengamos que volver a ser como niños.