Está en fase de aprobación en el Parlamento Europeo un Reglamento sobre Normas de Calidad y Seguridad para Sustancias de Origen Humano (SoHO, por el acrónimo en inglés). Dicha legislación pasaría a considerar a los embriones y fetos solo como “sustancias de origen humano”, como la piel, el plasma u otros componentes corporales, y subsumidas en dicha categoría de modo que carezcan en el futuro de un tratamiento diferenciado.
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Los posibles dilemas éticos sobre el uso de embriones o fetos desaparecerían del lenguaje y del campo bioético. Simplemente serían otras sustancias más a las que se aplican reglas generales, más fáciles de manipular sin resistencias éticas. Una operación propia de las postverdades: cambiar el nombre, cambia conciencias. Sin nombre, no existe.
Este reglamento proporciona seguridad jurídica en otros procesos sanitarios y de investigación, pero de modo discreto se ha aplicado una ingeniería del lenguaje que busca sin más la desaparición del debate ético sobre embriones y fetos, de modo que las corporaciones clínicas puedan experimentar con ellos y la industria pueda aplicar plenamente la lógica productiva capitalista. Más allá del descarte, se opera una completa desaparición de la vida que no se considera suficientemente humana.
Conciencia pública
El lobby de la industria biofarmacéutica ha logrado tácticamente que este cambio sustancial pase desapercibido. Lamentablemente, el Reglamento SoHO ha logrado el apoyo de los dos grandes grupos parlamentarios de la Eurocámara y apenas ha tenido eco público. La Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE) ha criticado esta operación. El embrión humano posee una dignidad incompatible con su uso mercantil o industrial.
Embriones y fetos deben seguir diferenciándose en su singularidad y no que desaparezcan de la conciencia pública, porque iría en dirección contraria a la democracia deliberativa.