“Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos” (DI, n.1).
Es el inicio de la declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre la dignidad de la persona, y que puede ser leída en clave de ética social, porque para el humanismo cristiano la persona es entendida desde la antropología del don, en el sentido de la reciprocidad, correspondencia y complementariedad, por ello, se comprende que de la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, deriva la dignidad del pueblo – comunidad, del Dios que también es comunidad.
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Por tanto, de la dignidad de la persona emana la dignidad del pueblo, siempre y cuando éste tenga como origen de sus vínculos de convivencia el bien común y la solidaridad, principios de la ética social cristiana.
Dignidad es sinónimo de libertad
Una de las formas de la dignidad en la persona es la libertad, y de igual modo en el pueblo, la libertad de elegir, la libertad de hacer el bien, la libertad por la convivencia civil y pacífica. En este sentido, la libertad es una vocación irrenunciable en la persona, y en todo pueblo, ya que nada ni nadie puede revocar el ideal de ser libre y trabajar por esa libertad.
La dignidad del pueblo es la épica civil que se escribe todos los días cuando hombres y mujeres se esfuerzan en alcanzar los ideales de solidaridad y fraternidad, frente a los de la corrupción y el egoísmos, cuando los déspotas autoritarios quedan al descubierto frente a la gallardía de un pueblo que se niega a ser sometido.
Heroico pueblo de Venezuela
Un buen ejemplo de esa dignidad del pueblo se encuentra en los últimos acontecimientos en Venezuela, que a pesar de vivir unos días oscuros, el ideal de libertad sigue y seguirá encendido.
Solo con mirar lo realizado por el pueblo de Venezuela se hace merecedor de esta dignidad; vencer los obstáculos en un proceso con todas las condiciones en contra, en el que mujeres fueron hechas a un lado para minimizar su legítimo liderazgo; en el que los adultos mayores se hicieron protagonistas y dieron la cara por el futuro; en miles y miles de hombres y mujeres que fueron miembros y testigos en el proceso electoral; recogieron los datos, agruparon las evidencias, y las pusieran a disposición de todo aquel que quiera sumarse a la causa libertaria.
El gran trabajo del pueblo venezolano, que al ofrecer acceso público a las actas, abrieron la posibilidad de contrastar los datos con estudios estadísticos, y con las auditorías públicas de las grabaciones y registros de vídeos que circularon en las redes sociales. Son millones de testigos los que pueden comprobar lo que ocurrió.
Si, la dignidad de un pueblo, la lección de una sociedad que dejará huella en el continente, ya ninguna elección podrá ser igual después de la gesta civil que encabezó Venezuela al publicar las pruebas de lo que sucedió, derrumbando el mito del fraude, el oscurantismo de las dudas, y las sombras de lo improbable. Venezuela es un ejemplo inequívoco para todos.
Si, digno pueblo venezolano, que merece su libertad y que seguirá buscándola, gestándola, y afianzándola, apostando por el futuro y creyendo en el presente para un país en democracia.
Dignidad infinita de la persona y del pueblo, porque emana de la dignidad de Aquel que siendo libre, llama en la libertad, ama en la libertad y entregó su vida por la verdadera vida en libertad.
Por Rixio G. Portillo. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.