Así nos dice Francisco: “No se trata solo de migrantes, se trata de la persona en su totalidad, de todas las personas…”. ¡Como somos las personas! Las hay, que son capaces, de vivir la aventura de salir de sus países por problemas de hambre, persecución política, búsqueda de un futuro mejor… de atravesar a pie medio continente y, al final, entender que hay menos riesgo en montarse en una barcaza de goma y atravesar el estrecho que quedarse en tierra. Hay otras personas que deciden encerrarlos por atreverse a vivir tan osada aventura ‘sin papeles’. Vienen dejando atrás a sus familias, sus raíces, con la esperanza de encontrar un recurso que les permita salir de la pobreza y recuperar la dignidad robada por las guerras injustas, por gobiernos represores.
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¿Cómo es posible que en esta sociedad tan avanzada, preparada y formada, la respuesta sea encerrar a estas personas, como si fueran delincuentes en espacios casi carentes de servicios que les permitan satisfacer sus necesidades básicas?
A este sitio donde los llevamos, los lugareños le llamamos CIE, así, en acrónimo que duele menos decirlo y escribirlo que su definición completa: Centro de Internamiento de Extranjeros, que quizás debíamos definir como ‘Centros de la Indiferencia Europea’ hacia las personas que llamamos extranjeros o como la ‘Crueldad Inútil de estos Espacios’.
Nos dice el papa Francisco: “Están ahí, en las fronteras, porque hay muchas puertas y corazones cerrados. Los inmigrantes de la actualidad sufren a cielo abierto, sin comida, no pueden entrar, no se sienten acogidos… me gustaría ver a las naciones y gobernantes, abriendo el corazón y las puertas”.
Cómo es posible, decía M. Luther King, que hayamos sido capaces de aprender a volar como los pájaros, nadar como los peces y, sin embargo, no hemos aprendido el sencillo arte de querernos como hermanos… Este sistema deshumanizador ya no se aguanta y tenemos que cambiarlo: ¡Padre con entrañas de madre! ¡Jesús, hermano nuestro! ¡Espíritu Santo, amigo que guía nuestros pasos!, danos las fuerzas necesarias para acompañar a estos hermanos nuestros, luchar para que las instituciones se pongan al servicio de estas personas más desvalidas y coraje, y compromiso para generar en nuestros ambientes compasión, misericordia y ternura ante esta situación que degrada y nos degrada en nuestra dignidad como personas.
Como obreras y trabajadoras cristianas, creyentes en el Dios de la Vida, no podemos acomodarnos ante esta situación y permitir que el corazón se acostumbre, hemos de gritar: “¡Ay de mí si no lo hago!”. No podemos quedarnos calladas ante esta situación degradante hacía nuestros hermanos y hermanas migrantes, hemos de reivindicar para que nuestros gobernantes den una respuesta humana a esta situación. Como comunidad cristiana tenemos que tomar parte en esta sinrazón, construir humanidad y dar paso a la acogida, la justicia y la solidaridad.
Quiero acabar esta pequeña reflexión con un mensaje de san Juan Pablo II. “Apenas hay una señal más eficaz para medir la verdadera estatura democrática de una nación moderna que ver su comportamiento con los inmigrados” (Homilía en Guadalupe, 4 de noviembre de 1982 –viaje apostólico a España–).