El cristiano que se siente llamado a acrecentar y madurar su vida de fe descubre que el encuentro con Jesucristo se desarrolla en comunidad y no lo deja quieto en su comodidad. Podemos decir con tranquilidad que este encuentro con Jesús desacomoda. Basta mirar a Abraham, a Moisés, a Jeremías o a Jesús que, bajo la convición de ser enviados por Dios, llevaron una vida itinerante en la cual comunicaban Palabra de Dios.
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El Papa Francisco nos recuerda que “la evangelización obedece al mandato misionero de Jesús: ‘Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado’ (Mt 28, 19-20)” (EG 19). Aquí también encontramos esa dinámica de “éxodo” que Jesús les propone a sus discípulos: “Id” y, por supuesto, la dinámica de “don”, por medio de la comunicación de la Buena Nueva.
En camino a las periferias
De este modo recordamos entonces que “todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20). Ya hemos descubierto en otros artículos de este blog que, para vivir la fe, se requiere de ese encuentro fundamental con la persona de Jesucristo que produce en la vida del creyente una mirada diferente y una alegría que nadie ni nada le puede quitar.
Estas convicciones deberían llevarnos a todos los cristianos a evangelizar, es decir, a hacer presente en el mundo el reino de Dios. En esto consiste la dimensión social de la evangelización. Pero se requiere dejarse interpelar por las realidades de nuestro mundo y hacer una lectura de los signos de los tiempos. Podemos ayudarnos de dos preguntas: ¿dónde estamos? ¿dónde quiere Dios que estemos?
Dejemos que el mensaje de Jesús nos haga salir de nosotros mismos para dar a los demás aquello que hemos recibido y plenifica nuestra vida: el Evangelio es Jesús.
Por P. Hermes Flórez Pérez, cjm. Eudista del Minuto de Dios
Foto: Pixabay